Gestos
Gírate, mueve tu cuerpo hacia mí
con la inocencia fingida del acto casual.
Y después ladea la cabeza y, con
la mano, aparta hacia atrás el cabello en gesto que descubra tu cuello, como si
el pelo te estorbase para hablarme, como si el giro de la cabeza y el vuelo de la
melena fuese el movimiento de una danza espontánea.
Después mírame como si yo ocupase
toda la capacidad que de ver tienes, llenándome de tus pupilas que se agradan y
se fijan en mí con interés exclusivo.
En un momento dado te pintarás la
boca con lenta parsimonia y frotarás un labio contra otro, procurando que yo
siga todo el proceso sin perder un detalle.
A continuación, tendrás la necesidad de
arreglarte el pliegue de tu falda mientras hablas
distraídamente de cualquier cosa
que ninguno de los dos va a recordar más tarde.
Por fin, tropezará tu cuerpo con
el mío en el movimiento impreciso de una leve torpeza.
¡Qué cantidad de palabras de amor
puedes decirme en el
idioma universal que todos
conocemos!.
Compartida y comprada
Antes me sentía avergonzado, pero
ya no.
Al principio lo ocultaba, iba
como uno más a verte, pero ahora ya todos lo saben,
pues yo lo proclamo.
Ahora digo que te quiero en público
y digo que mi amor por ti es infinitamente más grande que las monedas que me pides a cambio.
Ahora espero mi turno con la
cabeza alta.
Las noches de fiesta, cuando más
difícil es verte, ya me he acostumbrado a esperar y compartirte con otros
hombres.
Esos días no me importa estar en
la barra del bar hablando con los camareros hasta que quedas libre y yo accedo
a ti.
No; bien sabes que ya no soy
celoso.
Por las mañanas respeto tu
descanso: nunca insisto en verte.
En las mañanas pienso en cómo
descansas, en la postura de tu cuerpo dormido y agotado por tantos ansiosos que
te quisieron unos minutos la noche anterior.
Esa es la diferencia, tú lo sabes.
Ellos te aman, porque es
imposible no quererte, pero el amor de esos pasajeros dura los minutos de tu
alquiler.
Mi amor no termina con el fin del
tiempo que compré con los billetes que siempre pides. Mi amor se queda a la
espera de que pase la mañana en la que duermes.
Mi amor queda a la espera de que
salgas a la calle de nuevo o te arrimes a la barra del bar habitual.
Mi amor es paciente y duradero, y
aguarda el turno que me corresponde tras el cliente que me precede.
Mi amor te proclama como la más
bella de todas, la más maravillosa de entre ellas. Ninguna de las que se
acercan a las ventanillas de los coches o ponen sus pechos sobre los clientes
de un bar es tan tierna como tú.
Lo he dicho muchas veces en los
últimos tiempos sin ninguna vergüenza: te quiero.
Te quiero aunque sea compartida.
Te quiero aunque tenga que robar para pagar el ínfimo precio que me pides.
Te quiero aunque te rías y me
señales el reloj cuando mi tiempo se termina.
Te quiero aunque me pidas más
dinero del que tengo. Te quiero aunque note tu aburrimiento cuando te penetro.
Te quiero aunque me olvides con la siguiente conquista que haces en la calle o en
el bar. Te quiero por encima de tus gestos de asco cuando crees que no te veo.
También te quiero cuando te vas
cansada y sola en la madrugada.
Lo gritaré muy alto y muchas
veces.
Ya no me avergüenza decirlo.
Recopilación y adaptación de textos anónimos:
fuente: www.escolar.com
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