<<Pedro se acercó entonces
y le dijo: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi
hermano? ¿Hasta siete veces?»
Dícele Jesús: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces
siete.» Mateo 18.22
Dalmiro Antonio Sáenz
nació en Buenos Aires el 13 de junio de 1926, es un renombrado escritor que ha
recibido importantes premios por su labor literaria que supera ampliamente el
medio centenar de obras, y 70 Veces 7 fue su primer libro escrito allá por
1956, y que seis años más tarde Leopoldo Torres Nilsson, llevara al cine con el
papel protagónico de Isabel Sarli, en la primera de las únicas dos películas
que filmo sin Armado Bo ( la otra fue La dama regresa con la dirección de Jorge
Polaco).
Formulo esta referencia
de Sáenz con el cine pues pareciera ser el sosias de Tinto Brass, en lo que
refiere al tratamiento que dispensa a las mujeres; “Yo soy lesbiano, me gustan
las mujeres” ha dicho. De tinto Brass no agrego más nada.
Dalmiro no tiene pruritos
para hablar del sexo femenino, lo puede hacer en poesía o de forma más que
irreverente como cuando entrevistado por Gerardo Sofovich, recientemente
fallecido, en un programa de televisión dice:”
–En la colección privada
del Vaticano hay una virgen, que se llama la Virgen del Divino Trasero, y es
una virgen con un culo precioso. Un cuadro muy lindo.
–Una virgen con un culo
precioso. ¿No es irreverente eso?
–Dudo que se mantenga
virgen mucho tiempo con ese culo.
Continuando con el tema
de su particular forma de ver las “ femmenas” Sáenz dice:
Yo creo que por eso es
tan lindo cogerse a las minas feas: son muy atractivas, debe ser porque tienen
que compensar. Es que la atracción no depende de la belleza, que es como una
armonía general. Hay mujeres feas que son más interesantes y tan atractivas que
las mujeres lindas. Es hermoso estar con mujeres inteligentes. Yo, una vuelta,
la conocí a Amalita Fortabat en su mejor momento. Y para tratar de cogérmela,
le dije justamente algo así como “qué tranquilidad saber que nunca te voy a
poder coger porque nunca me vas a dar bola”, como para que se enterneciera. Me
respondió que siguiera quedándome tranquilo. Era muy inteligente. Sáenz es un
autor que capta la esencia de la sensibilidad femenina, personajes a los cuales
trata con especial ternura, dicen los especialistas.
El texto que sigue
pertenece a Sáenz y fue escrito para la revista La Mujer de mi Vida nº 9:
“Ser rubia es un estado de ánimo. No
serlo, también”
En estos países como el nuestro, con
esas pampas carentes de civilizaciones anteriores, en las que nunca un arado va
a chocar contra un mármol, las rubias escasean. Escasear es formar parte de la
aristocracia de lo poco. Sin embargo, en los países rubios ninguna mujer se
tiñe para ingresar en la aristocracia de las morochas, lo cual prueba que las
palabras que usted acaba de leer carecen de fundamento.
No es fácil escribir sobre una rubia,
se mueve mucho. Pero hablar con una rubia puede ser fácil, aunque muchas veces
no valga la pena. Me refiero a una rubia auténtica, no a las rubias teñidas.
Las rubias teñidas son otra cosa, son diosas capaces de colocar el cielo de oro
de las princesas sobre sus cabezas, como Dios había colocado sobre su piel de
mucama los preciosos pómulos de la raza.
Toda contradicción es admirable, emana
generalmente de una protesta. Cuando un bebito recién nacido larga su primer
llanto nos hace escuchar la primera protesta de la nada ante la prepotencia de
la vida. Cuando una mujer se tiñe el pelo, oculta bajo la tintura la protesta
que la acumulación del agravio de los años y la memoria le han infligido.
No ser rubia es una actitud; serlo,
también lo es. La grandeza del ser humano se manifiesta cuando no permite que
su ahora sea igual a todos sus ahoras. Ser rubia teñida es un acontecer, es una
forma de mirar el futuro con la nuca, es vengar a todas esas rubias boludas que
merodearon en su pasado de boluda. Ser rubia teñida es recordar esa memoria de
futuro de su antes, cuando recordaba cosas todavía no sucedidas y que ahora
tampoco van a suceder. Pero lo importante no es el suceder sino el ser
sucedida, dijo una vez una rubia llamada Mireya, sin saber que no basta con ser
sucedida: hay que ser acontecida. El acontecer es obra de uno mismo, no obra de
ese Dios que nos creó o fue creado por nosotros.
Cuando una morocha se tiñe de rubia,
acontece. Inventa un sol extranjero en su pelo, genera un alba nada sigilosa,
deja de estar, ahora es. Su mirar se hace pueril, pero el mirar de los que la
miran parece el mirar de un profesor de estrellas o de un traductor de flores.
Las rubias no son para buscar, son para
encontrar. Son también para olvidar. Como uno se olvida del aire quieto, a
menos que ese aire sea movido por el viento y llene el velamen de los barcos y
levante la vista de los hombres en las cubiertas y altere las cejas de los
capitanes y, muchas veces, la historia. Olvidar a una rubia es más fácil que
olvidar a una morocha y olvidarnos de olvidar a una rubia o a una morocha es el
secreto de esos presocráticos que tenían todo el pasado por delante.”
Claro que en este día internacional de
la mujer es bueno darse un baño de realidad como el que encontrará en esta
nota:
Fuentes:Radar
libros-Página 12 -
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