Foto Magalí Flaks |
Pedro Mairal, Nació en Buenos
Aires en 1970.
Cursó la carrera de
Letras en la Universidad del Salvador, donde fue profesor adjunto de la cátedra
de Literatura Inglesa.
En 1996 publicó el
libro de poesía "Tigre como los pájaros" (Mención Premio Fortabat).
En 1998 obtuvo el Premio Clarín de Novela por
"Una noche con Sabrina Love", traducida a varios idiomas.y
posteriormente llevada al cine con la
interpretación de Cecilia Roth y Tomás
Fonzi con la dirección de Alejandro Agresti.
Publicó además las novelas "El año del desierto" y
"Salvatierra"; un volumen de cuentos, "Hoy temprano"; y dos
libros de poesía, "Tigre como los pájaros" y "Consumidor
final". Ha sido traducido y editado en Francia, Italia, España, Portugal,
Polonia y Alemania. En 2007 fue incluido, por el jurado de Bogotá39, entre los
mejores escritores jóvenes latinoamericanos.
El que sigue es un
divertido escrito de su autoría que
fuera publicado en la revista Soho (Colombia) en el año 2008 "El culo de
la arquitecta"
"No suelo concordar con el prójimo varón sobre
cuál es el mejor culo. Noto un gusto general por el culito escuálido de las
modelos flacas. A mí me gustan grandes, hospitalarios, macizos. Me gusta el
culo balcón, que sobresale y se autosustenta como un milagro de ingeniería. El
culo bien latino, rappero, reggaetón, de doble pompa viva y prodigiosa.
Me salen versos cuando hablo de culos. Quizá
porque en los culos hay algo más antiguo y atávico que en las tetas, que en
realidad son una intelectualización. Las tetas son renacentistas, pero el culo
es primitivo, neanderthaliano. Con su poder de atracción inequívoca, su
convergencia invitadora, es un hit prehistórico. Despierta nuestro costado más
bestial: el del acoplamiento en cuatro patas. Las tetas son un invento más
reciente, son prosaicas. El culo, en cambio, es lírico, musical, cadencioso,
indiscernible del meneo de caderas, del ritmo, la batida de la bossa que
retrata a la garota que se aleja en Ipanema.
Porque el culo siempre se aleja, siempre se
va yendo, invitando a que lo sigan. Se mueve en dirección contraria de las
tetas que siempre vienen y por eso suelen ser alarmantes, amenazadoras, casi
bélicas (me acuerdo de las tetas de Afrodita, la novia de Mazinger Z, que se
disparaban como dos misiles). Las tetas confrontan, el culo huye, es elegía de
sí mismo, se va yendo como la vida misma y deja tristes a los hombres pensando
qué cosa más linda, más llena de gracia aquella morena que viene y que pasa con
dulce balance camino del mar.
Las mujeres argentinas tienen orto, las
colombianas jopo, las brasileras bunda, las mexicanas bote, las peruanas tarro,
las cubanas nevera o fambeco, las chilenas tienen poto. O mejor dicho, las
chilenas no tienen poto, según mis amigos transandinos que se quejan de esa
falta y quedan asombrados cuando viajan por Latinoamérica. Yo mismo casi me
encadeno a la muralla del Baluarte de San Francisco en el último Hay Festival
de Cartagena de Indias para no tener que volver y poder seguir admirando el
desfile incesante de cartageneras o barranquilleras cuyos culos altaneros
merecían no este breve artículo sino un tratado enciclopédico o un poemario
como el Canto General.
De las cosas que hacen las mujeres por su
culo, la que más ternura me da es cuando lo acercan a la estufa para
calentarlo. No lo pueden evitar. Pasan frente a una chimenea o un radiador y
acercan el culo, lo empollan un rato. El culo es la parte más fría de una
mujer. Siempre sorprende al tacto esa temperatura, el frescor del cachete en el
primer encuentro con la mano.
Durante el abrazo, se puede llegar a los
cachetes de dos maneras. Una es desde arriba, si la mujer tiene puesto un
pantalón, pero es dificultoso y lo ajustado de la tela impide la maniobra y la
palmada vital. La otra forma es desde abajo y eso es lo mejor, cuando se
alcanza el culo levantando de a poco el vestido, por los muslos, y de pronto se
llega a esas órbitas gemelas, esa abundancia a manos llenas. En ese instante se
siente que las manos no fueron hechas para ninguna otra cosa más que palpar esa
felicidad, para sentir con todos los músculos del cuerpo la blanda gravitación,
el peso exacto de la redondez terrestre.
Se suele pensar que, en el sexo, la posición
de perrito somete a la mujer. Pero hay que decir que abordar por detrás a una
mujer de ancas poderosas puede ser todo lo contrario: es como acoplarse a una
locomotora, como engancharse en la fuerza de la vida, hay que seguirla, no es
fácil, uno queda subordinado a su energía, hay que trabajar, darle mucha bomba,
carbón para la máquina. Es uno el que queda sometido a su gran expectativa,
absorto, subyugado, vaciándose para siempre en la doble esfera viva de esa
mantis religiosa.
Una vez vi un hombre de unos 45 años dando
vueltas al parque, corriendo tras su personal trainer. Lo curioso es que era
una personal trainer, y las calzas azules de esta profesora de gimnasia
evidenciaban que tenía un doctorado en glúteos. Como el burro tras la
zanahoria, el hombre corría tras ella sin pensar en nada más que ese
seguimiento personal. No me sorprendería que a la media hora hubiera un grupo
de corredores trotando detrás, en caravana. La música de los culos es la del
flautista de Hamelin. Los hombres, con su legión de ratones, van tras ella,
hipnotizados.
Las mujeres saben aprovechar sus recursos. Yo
trabajé en una empresa en el mismo piso que una arquitecta narigona (esas
narigonas sexys) y con un “tremendo fambeco”. Ella sabía que era su mejor
ángulo y lo hacía valer, con unos pantalones ajustados que dejaban todo
temblando. Era una de esas oficinas cuadradas, llenas de líneas rectas: el
almanaque cuadriculado, la tabla rectangular del escritorio, la ventana, los
estantes, las carpetas de archivos. Un lugar irrespirable de no ser por el culo
de la arquitecta que a veces pasaba camino a tesorería o a la fotocopiadora. Su
culo era lo único redondo en todo este edificio de oficinas. Lo único vivo yo
creo. Nunca intenté nada (se decía que tenía un novio), pero en una época yo
pensaba escribir una novela con los acoplamientos heroicos que imaginé con
ella. Una novela que iba a titular, con un guiño a Greenaway, “El culo de una
arquitecta”.
No escribí ni dos líneas de esa novela, pero
sí algunos poemas que ella nunca leyó. Me acuerdo que la veía antes de verla,
la intuía en un ritmo particular que tenía el sonido de sus pasos, un peso, un
roce de la cara interna de sus muslos de falsa mulata. Cuando aparecía en el
rabillo de mi ojo, ya sabía plenamente que se trataba de ella. Y pasaba y todo
se detenía un instante, el memo, el mail, la voz en el teléfono, todo se
curvaba de pronto, no había más rectas, todo se ovalaba, se abombaba, y el
corazón del oficinista medio quedaba bailando. No exagero.
Además era plena crisis del 2002. Todo se
derrumbaba, caían los ministros, los presidentes, caía la economía, la moneda,
la bolsa, caía el gran telón pintado del primer mundo, caía la moral, el
ingreso per cápita, todo caía, salvo el culo de la arquitecta que parecía subir
y subir, cada vez más vivaracho, más mordible, más esférico, más encabritado en
su oscilación por los corredores, pasando en un meneo vanidoso que parecía ir
diciendo no, mirame pero no, seguime pero no, dedicame poemas pero no. Ojalá
ella llegue a leer esto algún día y se entere del bien que me hizo durante esos
dos años con solo ser parte de mi día laborable pasando con tanta gracia frente
al mono de mi hormona. Y ojalá se entere también que, cuando me echaron, lo
único que lamenté fue dejar de verla desfilar por los pasillos respingando el
durazno gigante de su culo soñado."
Fuente:pedromairalblog/El señor de abajoblog.
1 comentarios:
BC, muchas gracias por presentarme a Pedro Mairal, es buenazo, recomendable para +50.
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