Virgilio conoce a Laura |
La mañana se presentaba fresca pero
agradable, luego de la lluvia de la noche anterior. En el trayecto hacia la
casa de Porota, Virgilio se encontró con el cura Lorenzo quien al verlo dijo:
-No olvides visitar también la casa que cuida
el cura, que es la casa de Dios, hijo.
-Si Padre, tiene razón lo haré con gusto.
-Venís de la casa de Santino, cenaste con él
o estaba cumpliendo alguna diligencia política en la capital?, agregó el cura
con una sonrisa, para continuar: el cura sabe todo hijo, ya sea por confesión
de parte o declaración de terceros.
-Si, balbuceó Virgilio.
-No te preocupes, dijo el prete, es una
tradición en casa del comisionado. A mí también me invitó cuando llegué al
pueblo, solo que en aquella oportunidad Clarita viajó con el padre, agregó el
cura no sin un dejo de frustración.
Pero yo soy hombre de fe y espero que me
vuelvan a invitar. Digo, porque su cocina es muy rica y variada, y de tanto en
tanto el señor permite darse un gustito, justificando un poco su voluminosa
cintura.
La charla se vio interrumpida por una
feligrés que botellita en mano, le pidió al cura un poco de "agua
bendita" y este se alejó rumbo a la sacristía para cumplir con ello, antes
de ingresar se dio vuelta para decir : Saludos a Porota, aunque es seguro que
ella también haya viajado a la capital, je, je.
Virgilio cayó en cuenta que en el pueblo se
daba una situación particular. Si se observaba el diario quehacer de sus
habitantes nada había de diferente a otros pueblos del interior de provincia.
Solo que en este, los personajes solo hacían
una aparición y después su lugar era ocupado por otros. Desechó cualquier tipo
de interpretación extraña, justificando el vuelo de imaginación por tratarse de
un hombre relacionado al cine y la fantasía.
Pero igual fue grande su sorpresa cuando al
ingresar al lugar de alojamiento no encontró a María, sino otra joven que dijo
ser Blanca, quien la suplía por encontrarse esta afectada por un súbito estado
gripal.
Fue Blanca la que le indicó “Aquella señora
hace ya varios minutos que le está esperando”
Volvió la vista Virgilio y se encontró con el
rostro de una joven rubia, de singular belleza que sonriente le extendió una
delicada mano, coronada con finas y bien cuidadas uñas “Hola, soy Laura, vos
debés ser Virgilio.
-Si encantado, nos hemos visto antes…?
preguntó aún a sabiendas que la respuesta iba a ser negativa.
-Tal vez dijo ella, el pueblo no es muy
grande. Para luego detallar el motivo que la llevó a conversar con él, y darle
detalles de su persona.
Dijo tener 24 años y ser hija de una de las
más tradicionales familias del lugar. Su padre fue director de escuela,
fundador de la Biblioteca Pública, y funcionario de jerarquía de la
administración pública fallecido hace seis años en un accidente de tránsito en
uno de los ingresos a la capital, accidente en el cual perdió también a su
madre.
El dolor de estas pérdidas y la soledad (solo
cuenta como familiar directo a su tía Maruca) la llevaron a que cuando solo
contaba 22 años contrajera matrimonio con Jacinto, el transportista del
Mercedes azul al cual Virgilio había conocido tres días atrás, cuando estuvo a
punto de atropellarlo.
Enterada del motivo de la visita quiso poner
a disposición del forastero la amplia biblioteca de su padre y algunos archivos
personales que narraban con lujo de detalles la forma en que se había formado
el pueblo hace unos ochenta años atrás.
Virgilio se sintió entusiasmado al poder
disponer de tan rico material y de una manera tan generosa como era la que le
ofrecía Laura.
Acordaron encontrarse por la tarde en casa de
ella, para así poder comenzar a tomar apuntes de lo que imaginaba sería una
extraordinaria fuente de datos.
Durante los siguientes tres días, Virgilio no
tenía otro pensamiento que Laura.
Nunca se había sentido tan bien en la
compañía de ninguna otra mujer y sentía que de parte de Laura sucedía algo
parecido.
De nada importó saber que ella era una mujer
casada; percibía que ese matrimonio no se había realizado por amor y que la
sensibilidad y belleza de Laura contrastaba con el carácter un tanto osco y
vulgar de su marido camionero.
La tía Maruca era partícipe innecesaria de
estos diarios encuentros, pero al igual
que el resto de los habitantes del pueblo, una vez que comprobó que Laura no
corría peligro alguno con un joven tan educado y serio como Virgilio,
desapareció una tarde para ausentarse tres días a tomar unos baños termales
contra el reuma.
Pero Laura no quedó sola, en el lugar de
Maruca se ubicaba “Sultán” el doberman negro que observaba a Virgilio en
silencio sin otorgarle siquiera medio movimiento de su rala cola, molesto al ver
que se encontraba demasiado cerca de la mujer de su amo Jacinto.
No importa cómo, ni de qué forma. Laura y
Virgilio terminaron amándose alocadamente durante los días en que la tía Maruca
estuvo ausente.
La noche en que se desencadenó el principio
del fin, llovía torrencialmente, soplaba un viento frio huracanado y la energía
eléctrica hacia varias horas que se encontraba cortada.
Virgilio y Laura abrazados, desnudos en la
cama, observaban los relámpagos que la tormenta dibujaba en el ventanal. Un
ruido proveniente del patio lindero, donde se ubicaba la casa de la tía Maruca,
los sobresaltó.
-No te muevas de aquí dijo Laura, seguro fue
Sultán. Ya vuelvo.,
Antes de franquear la puerta se detuvo.
La
tía Maruca junto a Sultán estaba allí en medio del pasillo.
Continuará
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