No hay nada en nuestra
historia que se parezca a lo del 17 de octubre. Acaso el único antecedente que
reconozca una vaga semejanza con esa jornada sea el movimiento del 5 y 6 de abril de 1811, cuando el gauchaje de los suburbios de Buenos Aires,
conducido por el "Alcalde de las quintas" se concentró en la Playa Mayor
para apoyar al gobierno supuestamente conservador de Saavedra contra la
oposición supuestamente progresista de los partidarios de Moreno.
En aquella oportunidad,
la orgullosa clase mercantil que había hecho La Revolución de Mayo y los
jóvenes patriotas que juraban por la
memoria de Moreno sintieron el mismo asombro (o la misma repugnancia) que
sintieron lo porteños de 134 años más
tarde, cuando descubrieron una caliente
y vociferante presencia popular cuya
existencia no habían imaginado hasta entonces.
Porque lo más singular del 17 de octubre fue la violenta y
desnuda presentación de una nueva realidad humana que era expresión auténtica
de la nueva realidad nacional.
Y eso es lo que resultó a
más chocante a esta Buenos Aires orgullosa de su rostro europeo: reconocer en
esa hora desaforada que tenía el color
de la tierra, una caricatura vergonzosa de su propia imagen.
Caras, voces, coros,
tonos desconocidos; la ciudad los vio
con la misma aprensión con que
vería a marcianos desembarcando en
nuestro planeta.
Argentinos periféricos,
ignorados, omitidos, apenas presumidos, que de súbito aparecieron en el centro
mismo de la urbe para imponerse arrolladoramente.
Por eso lo del 17 de
octubre no provocó el rechazo que provoca una fracción política partidista
frente a otra: fue un rechazo instintivo, visceral, por parte de quienes
miraban desde las veredas el paso de las turbulentas columnas.
Empezaba la mañana cuando
comenzaron a llegar rotundos, desafiantes, caminando o en vehículos que habían
tomado alegremente por asalto y cuyos
costados repetían hasta el hartazgo el nombre de Perón en tiza, cal y carbón.
A medida que avanzaban
las cortinas de los negocios bajaban abruptamente como un tableteo de
ametralladoras.
Venían de las zonas
industriales aledañas a Buenos Aires: Nadie los conducía, todos eran capitanes.
El día anterior, Arturo
Jauretche se había encontrado con un dirigente
forjista de Gerli que le preguntó: que hacemos mañana, doctor?
-Mañana, que pasa mañana
?
Y.. la gente se viene
para Buenos Aires ..No los para nadie ¡¡ Todos están con Perón.
-Y quien organiza esto
pregunta
Que se yo. Nadie,...todos...
Que hacemos nosotros ?
-Jauretche confiesa que
nada sabía de semejante movimiento. Pero no vaciló: Mirá, si es así cuando la
gente salga, ! agarrá la bandera del comité y ponete al frente¡
Y cuenta: Pedro Arnaldi movía
treinta votos en Gerli; el 17 de octubre del aquel año 1945 a la madrugada pasó
el puente Pueyrredón con su bandera al frente de diez mil almas. (texto perteneciente a la
obra del historiador Félix Luna "El 45" (pag.272/275)Editorial
Sudamericana)
Los políticos de la
actualidad debieran reconsiderar el pensamiento que alimentan erróneamente
cuando el pueblo les otorga representatividad y entender que ellos solo son
instrumento no fundamento del poder que detentan y que solo el pueblo, exclusivamente
el pueblo es su único y legítimo dueño.
Reflexión en este día de
miércoles, igual como era aquel del 17 de octubre de 1945.
El reverso de la moneda: 23/9/56 manifestantes celebran la caída de Perón once años después de aquel 17 de octubre de 1945. |
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