Hay, o al menos la había
hasta hace poco, una creencia en el mundo femenino que indica que nosotros otrora
hombres de pelo en pecho, y ahora amorosamente depilados “Solo pensamos en eso”
y que del amor y el matrimonio nos olvidamos hace ya muchísimo tiempo.
Quien se atrevería a
opinar en contrario ? en verdad muy pocos, aun tomando en consideración que el
mercado de candidatos y candidatas se ha ampliado notablemente por aquello del
“vale todo”
Haciendo zaping por la
web me encontré con el texto que en forma reducida inserto a continuación y que
pertenece a un escrito que Groucho Marx escribiera con el título “ Por qué lo
llaman amor cuando quieren decir sexo” en el cual divaga sobre el amor marital.
“El amor abarca una
multitud de emociones y de actitudes. Creo que puedes amar a Dios, a un niño,
al vecino (o a su esposa, elegir uno o el otro), e incluso a un chucho. Pero el
amor matrimonial nunca se define con claridad.
Cuando la gente ve a una
pareja joven paseando sin rumbo tomados del brazo, ajena al mundo entero y tan
apretada como dos plátanos en la misma piel, invariablemente exclama:
-¡Oh, que pareja más
encantadora! Que enamorados están ¿Verdad que es bonito? ¡
Bueno, aquí es donde el
viejo Groucho, experto en nada, saca fuerzas de la flaqueza y descubre su alma
ante un mundo hostil. Lo llaman amor, pero, para ser sinceros, en la mayoría de
los casos no lo es. Solo se trata de dos personas que se encuentran sexualmente
atractivas y que esperan, si hay suerte, estar pronto uno en los brazos del
otro. En la cama, claro.
Me gustaría saber lo
entusiasmado que este Romeo se mostraría acerca de esta Julieta si ella fuese
patizamba, un tanto despistada y su busto estuviese manufacturado en Akron,
Ohio. Supongamos que ella como él tuviesen patas de gallo. Me pregunto la
suerte que sería su amor en este caso, a menos, desde luego, que resultara que
ambos fuesen gallos, en cuyo caso se sentirían irresistiblemente atraídos.
No niego incluso que las
personas poco agraciadas se casan (tómenme a mí por ejemplo), pero la mayoría
de los jóvenes se casan por qué siente avidez por esa sublime experiencia
sexual que han estado acariciando en su subconsciente desde que iban a la
escuela, alentada por sus amigos, por las películas y por la novelas baratas.
En “La gata sobre el
tejado de zinc", Tennessee Williams hace que la madre señale una cama y
diga: -Ahí es donde se deciden los matrimonios,-
Si el señor Williams cree
que en el matrimonio no hay más que esa cama, le sugiero que repase de nuevo la
obra y la escriba otra vez.
No hay duda que el sexo
es la fuerza responsable de la perpetuación de la raza humana. Si no existiese,
la vida desaparecería en pocas décadas, lo que tal vez no sería mala idea.
Creo, sin embargo, que el verdadero amor aparece cuando se han amortiguado las
primeras llamaradas de la pasión y quedan solo las ascuas.
Este es el verdadero
amor, que guarda sólo una relación remota con el sexo. Sus partes integrantes
son la paciencia, el perdón, la compresión mutua y una larga tolerancia hacia
los defectos ajenos. Creo que esta es una base mucho más firme para la
perpetuación de un matrimonio feliz.
Pero ¿por qué he de
divagar acerca de esto? Pongámoslo todo en manos del maestro, G.B.S.(Shaw para ti),
a quien cito: "Cuando dos personas están bajo la influencia de la más violenta,
la más insana, la más ilusoria y la más fugaz de las pasiones, se les pide que
juren que permanecerán continuamente en esa condición excitada, anormal y hasta
agotadora, hasta que la muerte los separe".
Ahora que el señor Shaw y
yo hemos definido el amor y hemos hecho con él un paquete pequeño, primoroso y
superficial, prosigamos.
Creo que la soledad es
responsable de más matrimonios que el tan traído y llevado sexo. Un amigo me
dijo una vez con cierto arrepentimiento que si durante los días de noviazgo
hubieran existido la televisión y las comidas en lata, nunca se hubiera casado.
Hay suficiente verdad en
su afirmación para hacerme creer que hubiera deseado no dejarse atrapar jamás;
pero el muy tonto no comprende que, prescindiendo de cuantas comidas en lata
tragara o de cuantos televisores tuviera en casa, seguiría estando solo.
Las comidas rápidas son
un recurso maravilloso, pero no pueden reemplazar a una mujer enamorada que
cuida a su marido.” G.M.
Como se ve no solo pensamos
en “eso”; el estómago también cuenta.
Para mí sin kétchup,
plis.
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