Nació en un día 11 de diciembre pero del año 1918 en Krai de Stávropol, Rusia hijo de padre
cosaco y madre docente. Murió el 3 de agosto de 2008.
Integró el Ejército
Soviético y participó activamente en la segunda guerra mundial.
Precisamente al término
de la contienda (1945) por difundir opiniones en contra del régimen de Iósif
Vissariónovich Stalin por aquel entonces, Presidente del Consejo de Ministros
de la Unión Soviética, fue condenado a ocho años de prisión y trabajos
forzados.
Los primeros años de
cautiverio los pasó en diferentes campos de concentración, hasta que debido a
sus conocimientos matemáticos fue trasladado a un centro de investigación
científica.
Las experiencias vividas
se fueron transformando en diversas novelas; su obra fue en principio
cuestionada y esto le valió en 1969 ser
expulsado de la Unión de Escritores
Soviéticos por denunciar la censura oficial, que había prohibido algunos de sus
libros.
En 1970 se le otorgó el
Premio Nobel de Literatura, pero decidió no asistir a la entrega de la
distinción en Suecia por temor a que las autoridades soviéticas no le
permitieran regresar. En 1973 aparece "El Archipiélago Gulag", una de
sus obras más conocida universalmente, donde Alexander Solzhenitsyn entrevista
a cientos de sobrevivientes de los campos de concentración o "gulags”;
mezclando las experiencias de ellos y las suyas propias utiliza el trabajo literario
para denunciar los maltratos y abusos del poder.
El texto que sigue a
continuación forma parte de dicha obra, en recordación del 94º aniversario del
nacimiento del escritor.
“Este mismo año, en
Butyrki, los recién detenidos (que ya habían pasado por los baños y los boxes)
esperaban varios días sentados en los peldaños de la escalera hasta que los
traslados por etapas dejaran libres las celdas. T-v, que ya había estado preso
en Butyrki siete años antes, en 1931, nos refiere: «Todo estaba atiborrado, hasta
debajo de los catres, yacíamos en el suelo de asfalto. Siete años más tarde, en
1945, cuando me volvieron a arrestar, nada había cambiado». Por otra parte,
hace poco recibí de M.K.B-ich un valioso testimonio personal del hacinamiento
en la prisión de Butyrki en 1918: en octubre de ese año (segundo mes del terror
rojo) estaba tan llena la prisión, ¡que llegaron a habilitar una celda para
setenta mujeres en la lavandería! ¿Cuándo, pues, ha sobrado sitio en la cárcel
de Butyrki?
Si a todo esto añadimos
que por todo retrete había una cubeta (o al revés: que había que aguantarse
hasta que tocaba salir a la letrina, porque la celda no tenía ningún
recipiente, como ocurría en algunas prisiones siberianas); si añadimos que
comían cuatro en una misma escudilla, y unos encima de las rodillas de otros;
que a cada tanto sacaban a alguien para llevárselo a interrogatorio y devolvían
a otro apaleado, insomne y deshecho; que el aspecto de esos hombres destrozados
era más convincente que cualquier amenaza de los jueces de instrucción; y que
quien pasaba meses sin que lo llamaran a declarar pensaba en cualquier muerte y
cualquier campo penitenciario como un alivio a tantas apreturas, ¿acaso no
quedaba suplida con creces aquella soledad teóricamente ideal? Y en ese revoltijo
humano no siempre se atrevía uno a sincerarse con alguien, y tampoco era
sencillo encontrar a quién pedir consejo. Es más fácil creer en torturas y
golpes cuando te los muestran los propios reos que cuando se trata de las
amenazas de un juez.
Uno se enteraba por las
propias víctimas de que ponían lavativas saladas en la garganta, y de que
luego, en el box, se sufría de sed durante veinticuatro horas. O de que
frotaban la espalda con un rallador hasta que brotaba la sangre y luego te la
mojaban con aguarrás. Al jefe de brigada Rudolf Pintsov le hicieron ambas
cosas, y por si fuera poco le metieron agujas bajo las uñas y le rociaron con
agua hasta que se le ensancharon. Le exigieron firmar que había querido lanzar
su brigada de tanques contra la tribuna del gobierno durante el desfile de
octubre. Por Alexándrov, el ex director de la sección artística de la VOKS
(Sociedad rusa de relaciones culturales con el extranjero), que anda encorvado
porque tiene la columna vertebral rota y no puede contener las lágrimas, hemos
tenido noticia de cómo pegaba (en 1948) el propio Abakúmov.
Sí, sí, el propio
ministro de la Seguridad del Estado, Abakúmov, no le hacía ascos a este trabajo
sucio (¡Un Suvórov en primera línea de fuego!), le había cogido gusto a la
porra de goma. Con mayor afición aún pegaba su ayudante Riumin. Lo hacía en
Sujánovka, en el despacho de instrucción «del general».
La estancia tenía las
paredes revestidas de nogal, cortinas de seda en ventanas y puertas, y una gran
alfombra persa en el suelo. Para no estropear tanta belleza, se extendía sobre
la alfombra, para el arrestado, una estera sucia que ya estaba manchada de
sangre. En las palizas, Riumin tenía un ayudante, pero no un vigilante
cualquiera, sino todo un coronel. «De modo», decía cortésmente Riumin,
acariciando la porra de goma de un diámetro de unos cuatro centímetros, «que ha
superado dignamente la prueba del insomnio (Alexandr Dolgun se las había
ingeniado astutamente para soportar un mes de insomnio forzoso: dormía de pie).
Ahora probaremos con la
porra. Aquí nadie aguanta más de dos o tres sesiones. Bájese los pantalones y
tiéndase en la estera.» El coronel se sienta en la espalda de la víctima.
Dolgun se dispone a contar los golpes. Todavía no sabe qué es un porrazo en el
nervio ciático cuando el glúteo ha enflaquecido después de un largo ayuno. No
duele en el lugar del golpe, sino que estalla en la cabeza. Después del primer
golpe, la víctima, loca de dolor, se rompe las uñas contra la estera. Riumin
golpea procurando acertar. El coronel presiona con su corpachón. ¡Buen trabajo,
para alguien con tres estrellas grandes sobre sus galones, el de asistir al
todopoderoso Riumin! (Después de la sesión, el apaleado no podía caminar, pero
no se lo llevaban a cuestas, sino que lo arrastraban por el suelo. Las nalgas
no tardaron en hincharse de tal modo que era imposible abrocharse los
pantalones, pero casi no quedaron cicatrices. Tuvo una diarrea tremenda, pero
sentado en la cubeta de su celda individual Dolgun se desternillaba de risa.
Aún le esperaba una segunda sesión, y una tercera, su piel reventaría; Riumin,
enfurecido, le golpearía el vientre hasta romperle el peritoneo, le bajarían
los intestinos y producirían una enorme hernia, y sería conducido al hospital
de Butyrki con peritonitis.
Provisionalmente cesarían
los intentos de obligarle a cometer una bajeza.
¡Así era como podían
martirizarle a uno! Después de esto que el juez de instrucción Danílov de
Kishiniov golpeara al sacerdote Víktor Shipoválnilkov con un hurgón en la nuca
y lo arrastrara tirándole de la trenza es simplemente una caricia paternal. (Es
cómodo arrastrar así a los sacerdotes; a los seglares puede tirárseles de la
barba y arrastrarlos de un rincón a otro del despacho. A Richard Ajóla, un
soldado rojo finés que participó en la captura de Sidney Reilly y era jefe de
una compañía cuando aplastaron el motín de Kronstadt, lo levantaron con unas
pinzas, primero por un extremo de sus grandes bigotes y después por el otro, y
lo mantuvieron diez minutos sin tocar el suelo con los pies.)
Pero lo más terrible que
pueden hacerte es desnudarte de cintura para abajo, ponerte de espaldas contra
el suelo, separarte las piernas, sobre las que se sentarán los ayudantes (el
glorioso cuerpo de sargentos) sujetándote los brazos, mientras el juez de instrucción
— no desdeñan hacerlo tampoco las mujeres — se coloca entre tus piernas
abiertas y con la punta de la bota (o de los zapatos) va apretando gradualmente
contra el suelo, primero moderadamente y luego cada vez con mayor fuerza
aquello que en otro tiempo te hacía varón, va mirándote a los ojos y repitiendo
sus preguntas o propuestas de traición. Si no aprieta un poco más antes de
tiempo, aún tienes quince segundos para gritar que lo confiesas todo, y que
estás dispuesto a llevar a la cárcel a aquellas veinte personas que te exigen,
o a calumniar en la prensa la cosa más sagrada...
Y que te juzgue Dios, no
los hombres...”
(Primera parte–3-
La instrucción del sumario El Archipiélago
Gulag)
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