Un mío zio, es decir un tío mío
que hace ya muchos años que está tocando la lira, o bien esquivando que algún
tridente del averno le acierte en sus posaderas, solía contar que hace ya
tiempo, mucho pero no tanto, era norma
de las grandes empresas que luego fue copiada por otras más pequeñas, hacer un
inventario, un balance cada 30 de junio y 30 de diciembre.
Ese balance o inventario tenía
como base fundamental un principio básico de la economía de aquellos tiempos
donde el consumismo no había logrado su punto máximo como ahora y que solo
observaba tres reglas elementales que
siempre habían dado resultado: debe, haber, saldo.
Debe: las deudas o compromisos a
futuro de la empresa o persona física.
Haber: los créditos propios de la
actividad desarrollada y los pagos pendientes de los clientes.
Saldo: la diferencia entre él
debe y el haber, donde éste debía ser siempre superior al primero para no
sufrir pérdidas que provocaran negatividad en los balances.
Simple, solo: debe, haber, saldo.
Mi tío decía que esto funcionó bien no solo aquí sino en el mundo que no era
como ahora propiedad de grandes emporios
financieros, de cadenas de supermercados, de redes sociales, de periodistas
amarillistas, de políticos inescrupulosos, sino de la gente que vivía en su
micro mundo y tenía por supuesto, las mismas virtudes y miserias que en el día
de hoy solo que no se mostraban en los noticieros ni en el programa de Tinelli,
ni en Facebook.
No tuve oportunidad de
preguntarle a mi tío si no le resultaba aburrido vivir en un mundo así tan
constreñido y limitado pero por lo que cuentan mis mayores tal vez habría
respondido que ahora es más agitado, vertiginoso, hasta delirante, pero antes todo era más honesto.
30 de junio, época de balance, de
inventario, de saber si tenemos en rojo el debe o el haber está confuso.
Creo que será mejor esperar el
segundo semestre, el que hoy termina es muy poco tiempo para saber en qué lugar
de esta escalera de solo tres peldaños estamos.,
Solo pido no escuchar: Estamos
mal, pero vamos bien.
Plis,
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