Lo dijo
Miguel Ángel Picheto Senador por la provincia de Rio Negro y Presidente del Bloque
Justicialista en una entrevista con Jorge Lanata en PPT del pasado
domingo 23 donde ratifico su decisión en contra de quitarle los fueros a
Cristina Fernández Vda. de Kirchner en razón de los procesos decretados por el
Juez Bonadío.
Pero
hay algo más que me llamó la atención y en lo cual concuerdo con el Senador
Picheto y es cuando dijo:” "los encuestadores y el periodismo le dan una centralidad permanente (a
Cristina) y
creo que eso también es funcional al Gobierno, porque le conviene confrontar
con el pasado",
Inmediatamente
me vino en mente un artículo escrito por Umberto Eco en su obra “De la estupidez
a la locura” que creo explica de manera muy clara que es lo que pasa con
algunos problemas que a diario viven los argentinos.
Dice
Umberto Eco:
“Hablábamos con el famoso escritor español, Javier
Marías, del hecho evidente de que hoy en
día la gente está dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de aparecer en la
pequeña pantalla, aunque solo sea como el imbécil que saluda con la manita por
detrás del entrevistado.
¿Por qué esta locura, nos preguntábamos? Marías avanzó en la hipótesis
de que todo lo que sucede deriva del hecho de que los hombres ya no creen en
Dios. Tiempo atrás, los hombres estaban convencidos de que todos sus actos
tenían al menos un espectador, que conocía todos sus gestos (y sus
pensamientos), y podía comprenderlos y, si hacía falta, condenarlos. Se podía
ser un paria, un inútil, un pelagatos ignorado por sus semejantes, un ser que
inmediatamente después de morir sería olvidado por todo el mundo, pero se tenía
la sensación de que al menos Uno lo sabía todo de nosotros.
«Dios sabe cómo he sufrido», se decía la abuela enferma y abandonada por
sus nietos; «Dios sabe que soy inocente», se consolaba el que había sido
condenado de manera injusta; «Dios sabe todo lo que he hecho por ti», repetía
la madre al hijo ingrato; «Dios sabe cuánto te quiero», gritaba el amante
abandonado; «Solo Dios sabe lo que he pasado», se lamentaba el desgraciado
cuyas desventuras no le importaban a nadie. Dios era siempre invocado como el
ojo al que nada escapaba y cuya mirada daba sentido incluso a la vida más gris
y anodina.
Una vez desaparecido, apartado este testimonio omnividente, ¿qué nos
queda? El ojo de la sociedad, el ojo de los otros, al que hay que mostrarse
para no caer en el agujero negro del anonimato, en el vórtice del olvido, aun a
costa de elegir el papel del tonto del pueblo que baila en calzoncillos sobre
la mesa del bar.
La aparición en la pantalla es el único sucedáneo de la trascendencia, y
es un sucedáneo al fin y al cabo gratificante: nos vemos (y nos ven) en un más
allá, pero en cambio en ese más allá todos nos ven aquí, y aquí estamos también
nosotros. ¡Qué suerte gozar de todas las ventajas de la inmortalidad (aunque
sea bastante rápida y transitoria) y al mismo tiempo tener la posibilidad de
ser celebrados en nuestra casa (en la tierra) por nuestra asunción al Empíreo!
El problema es que en estos casos se malinterpreta el doble significado
del «reconocimiento». De la estupidez a la locura Umberto Eco
Y eso es lo que pasa con Cristina Fernández Vda. de Kirchner y todos
aquellos quienes creen que les representará una tabla de salvación a futuro con sus constantes apariciones en televisión
(no por culpa exclusiva de ella) sino de aquellos que nos proporcionan temas
sobre los que pensar, pero no nos dejan tiempo para hacerlo pues para ellos
solo es un negocio.
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