Alejandro
Jodorowsky Prullanski nació en Tocopilla, Chile, el 17 de febrero 1929.
Desarrolló múltiples actividades artísticas desde temprana edad: en 1944 obtuvo
notoriedad al publicar sus primeros poemas en la capital chilena, a los 16 años
se dedicó a las marionetas, a los 17 debutó como actor, a los 18 creó un grupo
consagrado a la pantomima.
En
1953 viaja a París donde se integra a la compañía de Marcel Marceau,
con la que realiza varias giras mundiales.
Junto
con Fernando Arrabal y Roland Topor fundan en 1962 el "Movimiento
Pánico", en alusión al dios Pan, el cual se manifiesta a través de tres
elementos básicos: terror, humor y simultaneidad. "Entonces queríamos
reírnos de la filosofía francesa, tan seria, aunque ahora, tal como está el
mundo, deberíamos reírnos de la filosofía mundial, que no ha servido de
nada". dice Jodorowsky.
En
la década de los noventa, instalado definitivamente en París, previa estancia
en Mexico donde se dedicó a la dirección escénica Jodorowsky ,se consagra a la
escritura de varias series de cómic de ciencia-ficción con elementos
esotéricos: estos libros de dibujos de colección, son traducidos a varios
diomas..
También
incursiona en cine y teatro con la realización de varias obras como actor y
director.
Como
escritor su primera novela apareció inicialmente en Francia: en
1981, y a partir de allí no ha dejado de publicar.
Actualmente
continúa residiendo en París y mantiene una actividad intelectual frenética:
todos los días escribe varios cómics que configura con diferentes dibujantes,
escribe poemas, novelas, ensayos, más obras de teatro... sin parar.
"La
vida es una fuente de salud, pero esa energía surge sólo donde concentramos
nuestra atención. Esta atención no sólo debe ser mental sino también emocional,
sexual y corporal. El poder no reside ni en el pasado ni en el futuro, sedes de
la enfermedad. La salud se encuentra aquí, ahora" . dice Alejandro
Jodorowsky en su obra “La danza de la realidad” en la que además cuenta
cosas como estas:
-Nací
en 1929 en el norte de Chile en tierras conquistadas a Perú y
Bolivia. Tocopilla es el nombre de mi pueblo natal . Un pequeño puerto situado,
quizás no por casualidad, en el paralelo 22.
En
quechua Toco significa «doble cuadrado sagrado» y Pilla «diablo» . Aquí el
diablo no es una encarnación del mal sino un ser de la dimensión subterránea
que se asoma por una ventana hecha de espíritu y materia, el cuerpo, para
observar el mundo y aportarle su conocimiento.
¿Encierran
los nombres un destino? ¿Atraen ciertos barrios a personas cuyo estado
emocional corresponde al significado oculto de esos nombres? La plaza Diego de
Almagro, donde llegamos a vivir en Santiago de Chile , ¿se volvió un sitio
nefasto por culpa del nombre con que lo bautizaron, el de un conquistador
español , o bien el lugar era neutro pero yo lo sentí oscuro, triste,
abandonado porque lo hice espejo de mi pesadumbre?
En
Tocopilla agradecí a mi nariz, a pesar de detestarla por su curvatura, que me
otorgara el olor del océano Pacífico, amplia fragancia que surgía de las aguas
gélidas para entremezclarse con el sutil perfume del aire en un cielo siempre
azul. Allí, ver pasar una nube era un acontecimiento extraordinario.
El
aire de Santiago, bajo una bóveda cetrina, olía a cable eléctrico, gasolina,
fritanga, aliento canceroso.
El
embriagador ruido de las olas era sustituido por el crujir de achacosos
tranvías, bocinazos incisivos, motores sin recato, voces inclementes.
Diego
de Almagro fue un conquistador frustrado. Por engañosos consejos de su cómplice
Pizarro, partió de Cuzco hacia las tierras inexploradas del Sur creyendo
encontrar templos con tesoros fabulosos.
Ávido
de oro, avanzó cuatro mil kilómetros quemando chozas donde vivían aborígenes
que pensaban en guerrear y no en construir pirámides , hasta llegar al desolado
estrecho de Magallanes. El frío extremo y la ferocidad de los mapuches se
encargaron de diezmar a la tropa. Volvió como alma en pena a Cuzco, donde su
traidor socio, no queriendo compartir las riquezas robadas a los incas, lo hizo
ejecutar.
-La
zona comercial ocupaba tres cuadras solamente, por ella circulaba un enjambre
de gente pobre, empleadas domésticas, obreros y mercachifles, sobre todo los
sábados , día de paga.
Junto
a las barreras del tren, en cuclillas, se veían filas de vendedores de conejos.
Los cadáveres colgando del borde de canastos, conservando la piel pero con el
estómago abierto, donde brillaba un negro hígado del tamaño de una aceituna,
formaban collares asediados por las moscas. Vendedores callejeros anunciaban
jabones que eliminaban todas las manchas, jarabes buenos para la tos, la
diarrea y la impotencia, tijeras tan poderosas que cortaban clavos... Muchachos
delgados, con la máscara cetrina de la tuberculosis, ofrecían sus servicios de
lustrabotas.
No
exagero. Los sábados se me hacía difícil respirar, tan espeso era el hedor a ropa
sucia que surgía de la multitud. En esos cuatrocientos metros, como enormes
arañas somnolientas, abrían sus puertas tres tiendas de ropa hecha, una
zapatería, una farmacia, un gran almacén, una heladería, un garaje, una
iglesia. Además, bulliciosas, atestadas de parroquianos y desparramando
efluvios avinagrados, siete cantinas. Chile era un país de borrachos. Todas las
actividades giraban en torno al alcohol.
Desde
el presidente, Pedro Aguirre Cerda, al que por su mucho beber y su nariz
abultada lo llamaban «don Tinto» , hasta el miserable obrero que cada fin de
semana, después de comprarle a su mujer ropa interior nueva y a su prole
camisas y calcetines, se bebía el resto del sueldo y luego se paraba en medio
de la vía férrea en Matucana donde pasaban, entre la calle y la vereda, largos trenes
de carga- y desafiaba, puños en ristre, a la locomotora. El orgullo viril de
los ebrios no tenía límites.
Si
Matucana se me presentaba como una agobiante cárcel, mi cuerpo también. Por
sentirme mal en la carne, había huido hacia el intelecto. Vivía encerrado en mi
cráneo, levitando a algunos metros sobre un degollado que me era ajeno. Tenía
conciencia de mí mismo como una multitud de pensamientos desordenados,
pensamientos que al final perdían sentido convirtiéndose en amasijos de
palabras huecas, sin raíces que se alimentaran de mi esencia. Siendo un pozo
seco, las frases flotaban formando un tejido angustioso. Sabía que yo estaba en
alguna parte detrás de mi frente, pero me era imposible decir quién o qué era
ese yo. El frío, el calor, el hambre, los deseos, el dolor, las penas surgían a
lo lejos, como en el cuerpo de un extranjero. Lo único que me mantenía en la
vida era la capacidad de imaginar. Vivía soñando con aventuras en países
exóticos, triunfos colosales, vírgenes dormidas con una perla en la boca,
elixires que concedían la inmortalidad.
De
todas maneras, cualquier cosa que deseara obtener se resumí a en una sola
palabra: «cambiar».
La
cualidad esencial para amarme era llegar a ser lo que en ese entonces no era.
Yo esperaba, como un sapo a la princesa, a que un alma superior y compasiva,
venciendo su asco, se acercara para darme el beso del conocimiento. Por
desgracia sólo contaba con dos amigos irreales, el Rebe y Alejandro anciano.
Para lo que deseaba lograr necesitaba algo más que un par de fantasmas.
Decidí
ayudarme yo mismo.
Después
de meditaciones que me parecieron eternas no logré disolver mi intelecto en el
cuerpo. Salirme de la cabeza me resultó tan imposible como escapar del interior
de una caja fuerte. Imposible cederle a la carne la supremacía de mi identidad.
Decidí entonces seguir el camino contrario: ¡ya que no podía descender, haría
que todas mis sensaciones ascendieran!
Puro
intelecto, comencé a absorber mi forma física, luego incorporé las necesidades,
los deseos, las emociones. Examiné qué era lo que sentía, y luego cómo me
sentía sintiendo aquello. Comprendí que la llamada «realidad» era una
construcción mental. ¿Completa ilusión? Imposible saberlo. Pero con toda
evidencia lo que había de real en mí nunca lo percibiría en su totalidad.
Siempre el intelecto me proporcionaría un fantasma incompleto, deformado por la
falsa conciencia de mí mismo, aquella que me inculcara la familia.
«¡Vivo,
mal , dentro de un loco! ¡Mi barca racional navega en la demencia! » Lo que al
comienzo me pareció una pesadilla, poco a poco se convirtió en esperanza.
Puesto que todo lo que se presentaba como «mi ser» eran imágenes ilusorias, no
diferentes de las de un sueño, me era posible cambiar la sensación de mí mismo.
Mi
mente era un terreno inmenso y desconocido y me dedicaba a explorarla. Así lo
hice hasta los 19 años. Fui avanzando por etapas. Al principio, para ayudarme y
no dejar que pensamientos parásitos me invadieran, repetí a una palabra
absurda: «¡Cocodrilo!». Conquistado el espacio, decidí cambiar mi sensación
del tiempo. Para lo cual eliminé la idea de muerte. «Uno no muere, sino que se
transforma. ¿En qué? ¡No lo sé! Pero fui algo antes de nacer y seré algo
después de que mi cuerpo se disuelva.» Me imaginé con diez años más, con
treinta, cincuenta, cien, doscientos años .
Seguí
avanzando hacia el futuro, aumenté mi edad vertiginosamente. «Así seré cuando
tenga mil años, treinta mil, cincuenta mil...» Imaginé los cambios en mi
morfología.
En
un millón de años empezaría a dejar de poseer forma humana.. . En dos millones
de años mi materia se haría transparente. En diez millones de años sería un
ángel inmenso, viajando con otros ángeles, en eufórico tropel, a través de las
galaxias, en una danza cósmica, ayudando a la creación de nuevos soles y
planetas.
Cincuenta
millones de años más tarde, ya no tendría cuerpo, sería una entidad invisible.
Mil
millones de años más tarde, fundido en las energías y la totalidad de la
materia, sería el universo mismo. Y más lejos aún, cada vez más profundo en la
eternidad, acabaría convertido en el punto-conciencia, raíz absoluta de lo
existente, donde todo está en potencia, donde la materia es sólo amor.
Al
fin, después de la explosión e implosión de incontables universos, los astros
se disolvieron y mi mente se inmovilizó. Comencé a retroceder, hasta llegar
otra vez a mí. Entonces me dirigí al pasado, me hice niño, feto, imaginé
multitud de vidas, cada vez más primarias, bestias oscuras, insectos, moluscos,
amibas, minerales, una roca vagando por el cosmos, un sol un punto en continua
explosión, para, a través de este último, sumergirme en el impensable,
inimaginable, infinito, eterno misterio, al que, incapaces de definirlo,
llamamos Dios.
Graciashttp://www.youtube.com/user/sonialilianadelvalle
Fuentes:Alejandro Jodorowsky.com/ClubCultura/QuedeLibros/Wikipedia
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