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Las noticias sobre presuntas actitudes reñidas con lo
que debiera ser el perfil público de un funcionario que ostenta el cargo de
Vicepresidente de la República, se suceden sin solución de continuidad y
numerosos adversarios políticos y también del mismo partido gobernante se
preguntan cómo es que todavía el bien-aimé (Amado) sigue retozando por el mundo
(ahora está en Bruselas) como si las acusaciones fueran dirigidas a su
antecesor Julio Cleto.
Los valores elementales de honestidad,
responsabilidad, probidad para cargos de relevancia aparecen hoy no solo
en este caso en particular, sino en varios en cualquiera de los tres poderes
que conforman la vida institucional como la Moral de Tartufo, y solo bastará recorrer viejas publicaciones para lograr testimonio de lo antedicho.
José Ingenieros al referirse al tema en su obra El
Hombre mediocre decía que “La hipocresía es el arte de amordazar la dignidad;
ella hace enmudecer los escrúpulos en los hombres incapaces de resistir la
tentación del mal.
Es falta de virtud para renunciar a éste y de coraje
para asumir la responsabilidad.
Es el guano que fecundiza los temperamentos vulgares,
permitiéndoles prosperar en la mentira tal como esos árboles cuyo ramaje es más
frondoso cuando crecen en inmediaciones de las ciénagas.
Los hombres rebajados por la hipocresía viven sin
ensueño, ocultando sus reales intenciones, enmascarando sus sentimientos detrás
de una falsa sonrisa.
Las corporaciones del poder del que eventualmente
forman parte, mientras duren sus privilegios les protegen y defienden de todo
tipo de acusaciones o denuncias, y el principio “Nadie es culpable hasta que no
se demuestre lo contrario” adquiere más que la mera presunción el valor de cosa
juzgada: Nadie es culpable.
Tal vez por eso los juramentos de asunción al mejor
estilo de Tartufo se hacen con la reserva: Si así no lo hiciere, que Dios y la
Patria me lo demanden.
Video Agencia Telam
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