Bernardo Neustadt - Víctor Hugo Morales |
Leí en algún lugar que en
tiempos de Carlos Saúl 1ro. el periodista difusor por aquel entonces era Bernardo Neustadt, algo así como 6,7,8, o
Víctor Hugo ahora, y en su espacio televisivo Tiempo Nuevo el entonces presidente
era un invitado casi, casi, semanal.
En una de esas charlas
tipo “amigos del café” Bernardo preguntaba sobre el libro de cabecera que
descansaba sobre la mesa de luz del riojano más famoso.
“El Príncipe” respondió
sin titubeos Carlito; de Nicolás Maquiavelo.
No sé porque razón me
imaginé una situación similar en la época actual; digamos en “Bajada de línea”
donde el relator del ta-ta-tá le preguntaría a la titular del ejecutivo
nacional sobre su libro de cabecera, que oh sorpresa resultaría ser el mismo
que el del responsable de la convertibilidad.
Pero con una diferencia,
la Sra. Abogada (exitosa) de profesión, PresidenTe (exitosa) de éste país por
esas circunstancias de las urnas, no se limitaría a mencionar solo el nombre de
su libro inspirador sino que además agregaría algo así:
“Yo soy una ciudadana que
he llegado al gobierno no por crimenes ni violencia, ni negociados,. sino
gracias al favor de mis compatriotas. El Estado que presido, así constituido
puede llamarse principado civil. El llegar a él no depende por completo de los
méritos o de la suerte; depende, más bien, de una cierta habilidad propiciada
por la fortuna, y que necesita, o bien del apoyo del pueblo, o bien del de los
nobles. Porque en toda ciudad se encuentran estas dos fuerzas contrarias, una
de las cuales lucha por mandar y oprimir a la otra, que no quiere ser mandada ni oprimida. Y del
choque de las dos corrientes surge uno de estos tres efectos: o principado, o
libertad, o licencia.
El principado pueden
implantarlo tanto el pueblo como los nobles, según que la ocasión se presente a
uno o a otros. Los nobles, cuando comprueban que no pueden resistir al pueblo,
concentran toda la autoridad en uno de ellos y lo hacen príncipe, para poder, a
su sombra, dar rienda suelta a sus apetitos. El pueblo, cuando a su vez
comprueba que no puede hacer frente a los grandes, cede su autoridad a uno y lo
hace príncipe para que lo defienda. Pero el que llega al principado con la
ayuda de los nobles se mantiene con más dificultad que el que ha llegado
mediante el apoyo del pueblo, porque los que lo rodean se consideran sus
iguales, y en tal caso se le hace difícil mandarlos y manejarlos como quisiera.
Por otra parte, no puede honradamente satisfacer a los grandes sin lesionar a
los demás; pero, en cambio, puede satisfacer al pueblo, porque la finalidad del
pueblo es más honesta que la de los grandes, queriendo éstos oprimir, y aquél
no ser oprimido.
Agréguese a esto que un
príncipe jamás podrá dominar a un pueblo cuando lo tenga por enemigo, porque
son muchos los que lo forman; a los nobles, como se trata de pocos, le será
fácil. Lo peor que un principe puede esperar de un pueblo que no lo ame es el
ser abandonado por él; de los nobles, si los tiene por enemigos, no sólo debe
temer que lo abandonen, sino que se rebelen contra él; pues, más astutos y
clarividentes, siempre están a tiempo para ponerse en salvo, a la vez que no
dejan nunca de congratularse con el que esperan resultará vencedor. Por último,
es una necesidad para el principe vivir siempre con el mismo pueblo, pero no
con los mismos nobles, supuesto que puede crear nuevos o deshacerse de los que
tenía, y quitarles o concederles autoridad a capricho.
Para aclarar mejor esta
parte en lo que se refiere a los grandes, digo que se deben considerar en dos
aspectos principales: o proceden de tal rnanera que se unen por completo a su
suerte, o no. A aquellos que se unen y no son rapaces, se les debe honrar y
amar; a aquellos que no se unen, se les tiene que considerar de dos maneras: si
hacen esto por pusilanimidad y defecto natural del ánimo, entonces tú debes
servirte en especial de aquellos que son de buen criterio, porque en la
prosperidad te honrarán y en la adversidad no son de temer, pero cuando no se
unen sino por cálculo y por ambición, es señal de que piensan más en sí mismos
que en ti, y de ellos se debe cuidar el príncipe y temerles como si se tratase
de enemigos declarados, porque esperarán la adversidad para contribuir a su
ruina.
El que llegue a príncipe
mediante el favor del pueblo debe esforzarse en conservar su afecto, cosa
fácil, pues el pueblo sólo pide no ser oprimido. Pero el que se convierta en
príncipe por el favor do los nobles y contra el puebio procederá bien si se
empeña ante todo en conquistarlo, lo que sólo le será fácil si lo toma bajo su protección. Y dado que los hombres se sienten
más agradecidos cuando reciben bien de quien sólo esperaban mal, se somete el
pueblo más a su bienhechor que si lo hubiese conducido al principado por su
voluntad. El príncipe puede ganarse a su pueblo de muchas maneras, que no
mencionaré porque es impossible dar reglas fijas sobre algo que varía tanto
según las circunstancias. Insistiré tan sólo en que un príncipe necesita contar
con la amistad del pueblo, pues de lo contrario no tiene remedio en la
adversidad.” (*)
Lo dijo este muchacho,
Niccolò di Bernardo dei Machiavelli que allá por 1489, luchó tenazmente contra una agrupación
llamada “La Camporetti”. (*) adaptación de un fragmento de El Príncipe -Nicolás Maquiavelo
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