Viernes
Porque
hoy es viernes amanecerá diez minutos antes, y el sol formará esa bruma alegre
y luminosa en la mañana incipiente. Y es que, porque hoy es viernes, sabré de
ti y de tu horario preciso, podré hallarte al conocer tu momento y el lugar
exacto.
Pero
antes amanecerá con mi despertar ansioso, esperanzado en el encuentro; destellarán
las primeras luces, descubridoras de las efímeras brumas, anunciando el
resurgir de todo lo que tiene la capacidad de amanecer.
Será
así el inicio de un día, que es viernes, en el que sabré encontrarte. Te hallaré ya entrada la mañana, con la luz invasora
de rincones inverosímiles, ya la bruma matutina aniquilada incluso para el
recuerdo.
Te
he de descubrir cuando el día brille en su mayor esplendor y tú vistas el
vestido blanco, ese que recoge toda la luz y también todo el aire en el
movimiento de los pliegues de tu falda. Así te he de ver, luminosa y etérea,
caminando hacia mí en la hora precisa, en el lugar acordado, el día de hoy…
viernes, por más señas.
Pliegues
He
dedicado mi tiempo al estudio de los pliegues íntimos de tu piel, y apenas
ahora comienzo a conocerte.
Recorro
con el tacto las sinuosas venas de apariencia azul que se insinúan en el dorso
de tu mano o en tu cuello, a veces, o en algunas partes de tus blancos senos;
las oprimo, las beso, las sigo hasta perderlas porque se ocultan en las
profundidades de tu carne. También palpo, acaricio, aprieto la tersura de tu
piel sobre las rodillas u otras articulaciones, y percibo la contundencia del
hueso sobre el que resbala tu piel y mi mano. Y tanteo con la punta de la
lengua y los dedos las pequeñas prominencias que las vértebras dejan en tu
espalda, como un vaivén, como tropezones dulces en un pastel. Después rebusco
entre la melena que te nace en la nuca, tal que si contase cada pelo; los toco
desde su base hasta el extremo, los junto y separo en mechones, juego con ellos
hasta escuchar tu quejido oculto en una risa.
¡Tantas
y tantas partes distintas y maravillosas! Y es que me gusta descubrirte y
asombrarme, y me enamora cada vez más todo lo que tu cuerpo de mujer, es.
Coincidencia
para la muerte
Existen seres
humanos que están dispuestos a matarme.
Realmente
están dispuestos a matar a cualquiera.
Ya antes lo
han hecho, pues he oído de sus sangrientas acciones.
Ahora mismo, alguno
de ellos, puede actuar con violencia sobre cualquiera de los que
permanecemos vivos.
Puede ser que tengamos algo que quieren o
quizá nos tropecemos con ellos en un día que estén de mal humor. Lo cierto es
que si llega el momento inoportuno, en el lugar preciso, aunque casual, que me
encuentre con el ser iracundo que me enfrenta... se habrá desencadenando el
acto legendario entre el cazador y la víctima.
Y
es que yo no soy violento, ni siquiera tengo reprimida la violencia en lo más
oculto del cerebro. Yo nunca puedo ser el que da caza.
Seré siempre el que recibe el navajazo, aquel
que sufre el golpe en la nuca, al que le estallan junto a la cara los fuegos de
la locura.
Él
está ahí, esperando en un lugar cualquiera al lado de la carretera; se
encuentra a la expectativa sin ni siquiera saberlo.
Puede
que ahora mismo haga planes para otras muertes, pero el momento que le enfrente
a mí tan sólo está pendiente de la coincidencia de nuestros dos cuerpos en un
lugar todavía indeterminado.
No
es seguro que llegue ese instante.
Tampoco
tengo la certeza de que no llegue.
Recopilación
de textos anónimos : Fuente www.escolar.com
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