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viernes, 19 de febrero de 2016

Cosas de la vida breve 13.





















El amigo
Tomé con rapidez los billetes que estaban sobre la mesa de
juego y me fui. El ambiente tan cargado de la habitación me había
obligado a respirar con dificultad toda la noche y me causaba un
picor continuo en la garganta, por eso en la calle nocturna y fresca
noté el alivio balsámico inmediato del aire gélido. Antes de correr
hasta el vehículo me entretuve disfrutando con el soplo limpio que
entraba en mis pulmones. Ese fue el error. Dos sombras que
salieron de ninguna parte cayeron sobre mí con la rapidez de lo
inesperado, me golpearon, y desde el suelo, inmóvil, noté cómo
hurgaban en mis bolsillos y se quedaban con mi cartera. Entonces
cometí el segundo error. Intenté incorporarme y quedé frente al
rostro de uno de los asaltantes. Sus rasgos, de sobra conocidos, me
hicieron pronunciar con rabia su nombre.
-¡Te ha reconocido! -dijo el otro atracador.
-Será lo último que recuerde -comentó fríamente mi amigo.

El grito

No vio nada al frente. A sus espaldas se extendía, igualmente,
el vacío, así como a los costados. Ya que la soledad era absoluta, el
grito fue sordo, ahogado, completamente inútil.

El otro o yo

Fue todo muy rápido. Ocurrió en un vértigo, como cuando nos
giramos y de pronto vemos fugazmente a alguien que se abalanza
contra nosotros. Ahora tal parece un sueño o la luz que queda
grabada en el ojo del rayo que nos deslumbró.
Sucedió en plena calle, cuando caminaba con otros amigos.
Paseábamos y conversábamos distendidamente, entonces uno dijo
que allí estaba ocurriendo algo extraño.
Se refería a unos metros más adelante, donde un hombre
y una mujer parecían abrazarse, pero él le clavaba
a ella un puñal en el costado al tiempo que la mujer se sujetaba con
fuerza a su cuello. Mientras mis compañeros quedaban parados y
atónitos, yo corrí movido por un impulso que todavía ahora no puedo
explicar, y al llegar a la altura de la pareja e intentar separarlos, me
encuentro yo mismo empuñando la daga con una mano y con la otra
apretando contra mí el cuerpo de la mujer, que a su vez me rodea el
cuello con sus brazos.
Solos ella y yo, nadie más; el otro no estaba, como si nunca hubiese existido.

Cuerpo

Solo el cuerpo humano es cierto, porque es tangible,
mensurable, desprende olor, crece, se deteriora, se reconstruye,
sufre y se puede amar.
Tu cuerpo es real porque cede al ser presionado por la fuerza
de mi ansia, y gira o se contonea, según los designios de la lujuria
compartida.
Tu cuerpo es el calor que tengo en mis manos durante el
abrazo, y en ese instante comprendo que es la materia de la que
están hechas todas las cosas que son verdaderas.
Tu cuerpo es la única verdad que reconozco, y no me importa
su debilidad ante el tiempo, los golpes y los virus; no me desalienta
su falta de eternidad, pues lo efímero de la verdad hace de ella, de
tu cuerpo, el bien más escaso y más preciado. El tránsito breve de tu
cuerpo por mi vida la hace intensa y la justifica.
El espíritu no se toca, ni se mide, no varía su forma y no sufre
ni se ama, porque el espíritu es el sueño del cuerpo amado cuando
este se ausenta. Cuando tu cuerpo se aleja de mí, entonces el
deseo lo sueña y lo inventa, miente su presencia, y así el espíritu es
la mentira y el engaño necesario.
Tu cuerpo es lo único real en un universo de apariencias.



Recopilación de textos anónimos:
Fuente www.escolar.com

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