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miércoles, 27 de julio de 2011

Virgilio (parte cuatro)

                                                 Virgilio conoce a Laura

La mañana se presentaba fresca pero agradable, luego de la lluvia de la noche anterior. En el trayecto hacia la casa de Porota, Virgilio se encontró con el cura Lorenzo quien al verlo dijo:
-No olvides visitar también la casa que cuida el cura, que es la casa de Dios, hijo.
-Si Padre, tiene razón lo haré con gusto.
-Venís de la casa de Santino, cenaste con él o estaba cumpliendo alguna diligencia política en la capital?, agregó el cura con una sonrisa, para continuar: el cura sabe todo hijo, ya sea por confesión de parte o declaración de terceros.
-Si, balbuceó Virgilio.
-No te preocupes, dijo el prete, es una tradición en casa del comisionado. A mí también me invitó cuando llegué al pueblo, solo que en aquella oportunidad Clarita viajó con el padre, agregó el cura no sin un dejo de frustración.
Pero yo soy hombre de fe y espero que me vuelvan a invitar. Digo, porque su cocina es muy rica y variada, y de tanto en tanto el señor permite darse un gustito, justificando un poco su voluminosa cintura.
La charla se vio interrumpida por una feligrés que botellita en mano, le pidió al cura un poco de "agua bendita" y este se alejó rumbo a la sacristía para cumplir con ello, antes de ingresar se dio vuelta para decir : Saludos a Porota, aunque es seguro que ella también haya viajado a la capital, je, je.

Virgilio cayó en cuenta que en el pueblo se daba una situación particular. Si se observaba el diario quehacer de sus habitantes nada había de diferente a otros pueblos del interior de provincia.
Solo que en este, los personajes solo hacían una aparición y después su lugar era ocupado por otros. Desechó cualquier tipo de interpretación extraña, justificando el vuelo de imaginación por tratarse de un hombre relacionado al cine y la fantasía.
Pero igual fue grande su sorpresa cuando al ingresar al lugar de alojamiento no encontró a María, sino otra joven que dijo ser Blanca, quien la suplía por encontrarse esta afectada por un súbito estado gripal.
Fue Blanca la que le indicó “Aquella señora hace ya varios minutos que le está esperando”
Volvió la vista Virgilio y se encontró con el rostro de una joven rubia, de singular belleza que sonriente le extendió una delicada mano, coronada con finas y bien cuidadas uñas “Hola, soy Laura, vos debés ser Virgilio.
-Si encantado, nos hemos visto antes…? preguntó aún a sabiendas que la respuesta iba a ser negativa.
-Tal vez dijo ella, el pueblo no es muy grande. Para luego detallar el motivo que la llevó a conversar con él, y darle detalles de su persona.
Dijo tener 24 años y ser hija de una de las más tradicionales familias del lugar. Su padre fue director de escuela, fundador de la Biblioteca Pública, y funcionario de jerarquía de la administración pública fallecido hace seis años en un accidente de tránsito en uno de los ingresos a la capital, accidente en el cual perdió también a su madre.
El dolor de estas pérdidas y la soledad (solo cuenta como familiar directo a su tía Maruca) la llevaron a que cuando solo contaba 22 años contrajera matrimonio con Jacinto, el transportista del Mercedes azul al cual Virgilio había conocido tres días atrás, cuando estuvo a punto de atropellarlo.
Enterada del motivo de la visita quiso poner a disposición del forastero la amplia biblioteca de su padre y algunos archivos personales que narraban con lujo de detalles la forma en que se había formado el pueblo hace unos ochenta años atrás.
Virgilio se sintió entusiasmado al poder disponer de tan rico material y de una manera tan generosa como era la que le ofrecía Laura.
Acordaron encontrarse por la tarde en casa de ella, para así poder comenzar a tomar apuntes de lo que imaginaba sería una extraordinaria fuente de datos.

Durante los siguientes tres días, Virgilio no tenía otro pensamiento que Laura. 
Nunca se había sentido tan bien en la compañía de ninguna otra mujer y sentía que de parte de Laura sucedía algo parecido.
De nada importó saber que ella era una mujer casada; percibía que ese matrimonio no se había realizado por amor y que la sensibilidad y belleza de Laura contrastaba con el carácter un tanto osco y vulgar de su marido camionero.
La tía Maruca era partícipe innecesaria de estos  diarios encuentros, pero al igual que el resto de los habitantes del pueblo, una vez que comprobó que Laura no corría peligro alguno con un joven tan educado y serio como Virgilio, desapareció una tarde para ausentarse tres días a tomar unos baños termales contra el reuma.
Pero Laura no quedó sola, en el lugar de Maruca se ubicaba “Sultán” el doberman negro que observaba a Virgilio en silencio sin otorgarle siquiera medio movimiento de su rala cola, molesto al ver que se encontraba demasiado cerca de la mujer de su amo Jacinto.
No importa cómo, ni de qué forma. Laura y Virgilio terminaron amándose alocadamente durante los días en que la tía Maruca estuvo ausente.

La noche en que se desencadenó el principio del fin, llovía torrencialmente, soplaba un viento frio huracanado y la energía eléctrica hacia varias horas que se encontraba cortada.
Virgilio y Laura abrazados, desnudos en la cama, observaban los relámpagos que la tormenta dibujaba en el ventanal. Un ruido proveniente del patio lindero, donde se ubicaba la casa de la tía Maruca, los sobresaltó.
-No te muevas de aquí dijo Laura, seguro fue Sultán. Ya vuelvo.,
Antes de franquear la puerta se detuvo.
La tía Maruca junto a Sultán estaba allí en medio del pasillo.
Continuará


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