Virgilio: comenzó la fiesta. |
En verdad que me encuentro muy a gusto aquí
pensaba Virgilio, en su quinto día de estancia en Villa Carpincho.
La vida transcurría felizmente; la dueña de
la pensión había viajado a la capital y él se encontraba a sus anchas sin aquel
par de ojos fijos en su figura siguiendo todos sus movimientos. Según María,
una morena de prietas caderas, que oficiaba de ayudante de la Porota, esta
había viajado a la capital para comprar algunos modelitos y renovar su look.
Tenía una hermosa sonrisa María, Virgilio la
había observado la noche anterior caminando por el corredor de la casa con tan
solo un camisón transparente que dejaba adivinar un cuerpo joven y bien
formado.
Pecado que esta noche tuviera un compromiso
con el Comisionado Municipal y su hija; pero se aseguró que buscaría la
oportunidad para poder observar mejor aún las torneadas piernas de María.
Con ese pensamiento cruzaba distraído la
calle cuando un pesado camión exigido en los frenos por su conductor se detuvo
a unos centímetros de su nariz al tiempo que le gritaba:
-He amigo, que le pasa, se quiere suicidar
justo en este pueblo, donde hace años que no ocurre ningún accidente fatal?
-Disculpe, venía pensando en algunas cosas y
no me di cuenta de su presencia.
-Veo, si y eso que este mercedes es bien
grande dijo el chofer que se bajó y le extendió la mano: “Mucho gusto, Jacinto,
para lo que guste mandar” voy saliendo
de viaje para el sur si no con gusto le invitaba una cerveza.
Pero no faltará oportunidad, agregó, y como
dando por cumplido el protocolo social
post, “disculpe casi lo atropello” puso
su pie izquierdo en el soporte del camión que luego de un ronroneo se alejó
resoplando hasta perderse en la distancia.
Virgilio se quedó en la mitad de la calle
viéndolo alejarse; sonrió, lentamente llevó a su boca la ramita de hinojo verde
que venía mordisqueando y al girar para continuar su camino la vio.
Estaba observándolo a través de un amplio
ventanal cubierto con unas finas cortinas que al notar que Virgilio dirigía
hacia allí su vista se cerraron súbitamente. Alcanzó a divisar no obstante que
se trataba de una mujer, alta y delgada de largo y ondulado cabello rubio.
Caminó lentamente por la acera del chalet que
contaba con un pequeño jardín en su frente, y al mirar hacia la ventana notó que otro par de ojos lo observaban.
Pero estos pertenecían a un doberman negro de
casi cincuenta Kg. de peso que en silencio le acompañaba desde dentro de la casa
atento a cada uno de sus movimientos.
Empezaba a fastidiarle la cena de esa noche
pero necesitaba de la ayuda del Comisionado para recabar algunos de los
informes que había venido a buscar, por lo cual puntual a las 21, con un ramo
de flores en una mano y una botella de Cabernet en la otra haciendo malabares,
tocó a la puerta,
La primera en aparecer fue una joven con el cabello
color zanahoria cortado a “la garçonne” y el rostro lleno de pecas: “Hola, soy
Clarita adelante, por favor”
En la sala esperaba otra mujer Blanca, madre
de Clara, una señora regordeta también de cabello color zanahoria, luciendo una
especie de particular “jopo” no elevado sino más bien aplastado contra la parte
superior derecha de su frente.
Virgilio supo días después que ese detalle
tenía como motivación cubrir la cicatriz que allí había dejado una plancha
caliente esgrimida por una esposa celosa por los favores dispensados por Blanca
al marido de ésta, y que al parecer no fueron bien recibidos.
La mayor se adelantó y estampó un sonoro beso
en la mejilla del visitante (no lo hizo así la joven que aparentaba ser algo
tímida) agradeciendo la atención del vino y las flores para a continuación
indicar.
-Tengo que darle de parte de mi esposo, sus
disculpas por no estar presente esta noche. Obligaciones imprevistas de su
actividad política han hecho que deba viajar a la capital y según me adelantó estará
por allí tres o cuatro días.
La cena bien servida por una cocinera
diligente fue muy agradable. Ambas mujeres eran simpáticas y se interesaron por
la relación de Virgilio con el cine con lo cual la conversación se hizo extensa
y variada.
Luego en la sala con licor y café de por
medio, Blanca anunció que se retiraba a dormir no sin antes invitar a Virgilio
a que pernoctara allí en la habitación de huéspedes, pues era ya casi las tres
de la mañana, había comenzado a llover copiosamente y no contaban con movilidad
para acercarlo al hotel.
No titubeó en aceptar Virgilio, estaba cómodo
y lo que menos tenía era ganas de caminar bajo la lluvia por un lugar todavía
desconocido para él. Permanecieron un rato más en la sala y luego Clarita le
indicó la habitación. La casa estaba totalmente en silencio, y el cuarto de
huéspedes se encontraba en el extremo izquierdo de la planta superior donde
resaltaba un gran ventanal que daba a un patio interno lleno de plantas y
algunos árboles.
Virgilio se quitó lentamente la ropa, se
metió en la cama y encendió el último cigarrillo de la noche; se quedó mirando
el cielo raso cuando de pronto notó que la puerta se abría lentamente.
En el vano estaba Clarita con una manta en la
mano que le extendió diciendo: te traje una manta extra, hace mucho frio aquí
por las noches. Virgilio la miró sin decir palabra mientras desplegaba la manta
sobre la cama.
Al terminar de colocar la manta, sonrió, le
dijo suavemente “Buenas noches” y comenzó a retirarse para imprevistamente
girar sobre sí misma, desandar el trecho realizado y zambullirse en la cama
junto a Virgilio, que sorprendido y por reflejo la recibió entre sus brazos.
El encuentro amoroso con la hija del
comisionado, en su casa y en ausencia de éste, no perturbó tanto a Virgilio
como lo que ocurrió después que Clarita abandonara la habitación.
No tiene muy en claro si la situación vivida
realmente pasó o fue producto de un sueño, por la abundante comida y el alcohol
ingeridos.
Vagamente recuerda que estando entre dormido
pudo notar que Blanca, la madre de Clarita abría la puerta y caminaba hacia su
cama con los ojos cerrados y los brazos extendidos, al llegar allí y sin dejar
esta posición, se quita el camisón y completamente desnuda se mete en la cama
de espaldas a la posición en la que él se encontraba.
La mujer extiende hacia atrás su mano izquierda,
busca y encuentra la identidad de Virgilio, y con habilidad la encamina hacia
el lugar pretendido diciéndole: Acá tenés lo que te gusta. Hazme el amor.
Temeroso bajó las escaleras Virgilio
dispuesto a salir de esa casa a la brevedad posible, y antes del regreso del
comisionado. Para su suerte en la sala solo estaba la mucama quien le informó
que las señoras aún dormían. Clara porque nunca se levanta antes del mediodía y
la señora porque a veces no duerme muy bien porque es sonámbula.
Ya en la calle se sintió más seguro, había
zafado de encontrarse con el hombre de la casa, y eso dado las circunstancias
vividas era muy saludable.
Continuará
BC.2011.All rights reserved. |
0 comentarios:
Publicar un comentario