Cándido |
Laura apenas tuvo tiempo de colocarse una
bata ante la inesperada aparición de la tía Maruca quien no solo se encontraba
acompañada del doberman, sino que además portaba una escopeta en su mano
derecha y una gruesa linterna en la otra.
Laura habló lo suficientemente fuerte para
advertir de la situación a Virgilio que
reposaba aún desnudo esperando su regreso "Tía que hacés aquí con esa
escopeta....¡¡"
La sola mención del arma, fue motivo
suficiente para que se levantara como expelido por un resorte y tratara de
poner distancia de inmediato.
Como podría justificar ser encontrado allí en
pelotas, en la cama matrimonial de Jacinto ?
Ni escuchó cuando la tía respondía: Me han
dicho que se escaparon dos presos peligrosos y como vos está sola me vine ni
bien llegué a casa, pues intentaba encontrar sus pantalones y correr lejos de
allí.
La energía eléctrica no había vuelto por lo
cual debió moverse con la tenue luz de una vela con tan mala suerte que al
hacerlo tropezó con una silla y cayo con gran estruendo al suelo.
Quien anda allí, grito la mujer mayor,
azuzando a Sultán a que buscara al intruso.
El balcón y la enredadera que cubría buena
parte de él, fueron el objetivo inmediato de Virgilio quien antes de alcanzar
la seguridad del exterior, sintió el estruendo del escopetazo e inmediatamente un
gran ardor en el trasero como si decenas de abejas le traspasaran sus nalgas.
Salto hacia la enredadera y desde allí, con
arañazos y raspones por todo el cuerpo alcanzó finalmente tierra firme, y
corrió desesperado hacia una empalizada que separaba los patios, justo cuando
Sultán daba vuelta por el otro lado.
Unas cubiertas de camión que el marido de
Laura había dejado allí le sirvieron de trampolín para poner considerable
distancia entre él y la bestia negra, que se había detenido ante el llamado de
su dueña que había comprendido la difícil situación de su amante.
Virgilio quien nunca había practicado
pedestrismo, sin dudas debe haber roto algún record aquella noche.
Cuando consideró estar a cubierto y ya con
las fuerzas desfallecientes, sintiendo que su traste comenzaba a inflamarse
producto de los perdigones de sal gruesa con los que le había disparado la tía
Maruca, decidió pedir auxilio en una casa en la que se advertían varias
personas en una reunión.
Cubrió su parte delantera con el felpudo que
se encontraba en el frente y golpeó la puerta. Abrió un hombre joven vestido
con ropas femeninas, que al advertir su desnudez le dijo:
Hola amoroso, veo que has venido preparado,
pasá pasá que afuera hace frio.
Había otros tres o cuatro hombres, desnudos
como él, con excepción de uno que tenía una robe de chambre y cuyo parecido con
el cura Lorenzo era llamativo; pero no, pensó, Lorenzo es pelado y este tiene
pelos o tal vez bisoñé.
-Yo soy Cándido, dijo el travestido, servite
un copita de ajenjo, es tan dulce como el anís. Te va a volver al alma al
cuerpo.
La enfermera que le curó sus cuartos
traseros, ambos con hendiduras de puntos rojos algunos más profundos que otros,
dijo haber contado 78 agujeros distribuidos casi equitativamente, 40 en el cachete izquierdo y 38 en el derecho. Lindo número le dijo sonriendo, mañana lo
juego a la quiniela.
Katita, caba enfermera del Hospital del
pueblo, aconsejó que se quedara allí esa noche y así se lo hizo saber a
Cándido, vestido esta vez como varón, y a su acompañante quienes lo habían
llevado hasta el Hospital luego que Virgilio a la tercera copita de ajenjo,
cayera redondito al suelo.
Todavía duerme la mona les dijo. Vayan
tranquilos. Mañana ni se acordará que le pasó.
La calma volvió rápidamente al pueblo. Los
presos fugados fueron recapturados esa
misma noche. Se ocultaban entre las cubiertas que guarda Jacinto en el fondo
del patio. Allí fueron tenidos a raya por Sultán hasta que llegó la policía.
Santino el comisionado, llegó a la mañana del
sábado y en el tren de la tarde también regresó Porota que venía con un nuevo
rubio oxigenado en su pelo. Al bajar arrojó a las vías del tren, lo que parecía
ser un amuleto, similar a los confeccionados por la Lechiguana, para encontrar
éxito en el amor.
Cuando María, curada ya de su resfriado le
informó que el forastero se había marchado sorpresivamente, no hizo comentario
alguno. Era demasiado buen mozo y joven para ella que solo había utilizado su
supuesto interés en él, para despistar su escapada con el comisionado, su
amante de siempre.
Clarita luego de la misa del domingo, le dijo
al cura Lorenzo “Este miércoles venga a cenar con nosotros padre” el cura
acepto gustoso y cuando la vio alejarse, levantó los ojos al cielo y musitó “Gracias,
señor”
Deborah de la Colina, actriz de cine y
televisión, a miles de kilómetros de Villa Carpincho, en el cuarto Nº 87 de la famosa
Clínica “Magister” sonreía feliz a su
esposo Virgilio, (de extraordinario parecido físico con Alain Delón,) quien
luego de tres días de estar inconsciente había recuperado la lucidez.
Justo tres días antes, cuando se aprestaba a
salir de viaje en busca de locaciones para una nueva película en un pueblo de
montaña del interior del país, parte del decorado del estudio siete cayó sobre
su cabeza, dejándolo inconsciente.
Cuando le informaron lo sucedido, Virgilio no
formuló comentario alguno sobre el dolor que sentía en la parte donde la
espalda le cambia de nombre; lugar que luego cuando estuvo solo comprobó que se
hallaba irritado, magullado, y con unos puntitos color azul violeta que en número casi similar se
repartían entre ambos glúteos.
Laura le dio un hijo a Jacinto, un varoncito
que parió en la primera semana de octubre.
Cuando le preguntaban a Jacinto a quien se
parecía el vástago él respondía orgulloso:
A quien si no, al padre ...¡¡¡
Y tenía razón; Marito tal el nombre impuesto,
era el vivo retrato de aquel forastero llamado Virgilio que llegó al pueblo una
calurosa tarde de enero.
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