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viernes, 29 de julio de 2011

Virgilio (parte final)

Cándido
Laura apenas tuvo tiempo de colocarse una bata ante la inesperada aparición de la tía Maruca quien no solo se encontraba acompañada del doberman, sino que además portaba una escopeta en su mano derecha y una gruesa linterna en la otra.
Laura habló lo suficientemente fuerte para advertir  de la situación a Virgilio que reposaba aún desnudo esperando su regreso "Tía que hacés aquí con esa escopeta....¡¡"
La sola mención del arma, fue motivo suficiente para que se levantara como expelido por un resorte y tratara de poner distancia de inmediato.
Como podría justificar ser encontrado allí en pelotas, en la cama matrimonial de Jacinto ?
Ni escuchó cuando la tía respondía: Me han dicho que se escaparon dos presos peligrosos y como vos está sola me vine ni bien llegué a casa, pues intentaba encontrar sus pantalones y correr lejos de allí.
La energía eléctrica no había vuelto por lo cual debió moverse con la tenue luz de una vela con tan mala suerte que al hacerlo tropezó con una silla y cayo con gran estruendo al suelo.
Quien anda allí, grito la mujer mayor, azuzando a Sultán a que buscara al intruso.
El balcón y la enredadera que cubría buena parte de él, fueron el objetivo inmediato de Virgilio quien antes de alcanzar la seguridad del exterior, sintió el estruendo del escopetazo e inmediatamente un gran ardor en el trasero como si decenas de abejas le traspasaran sus nalgas.
Salto hacia la enredadera y desde allí, con arañazos y raspones por todo el cuerpo alcanzó finalmente tierra firme, y corrió desesperado hacia una empalizada que separaba los patios, justo cuando Sultán daba vuelta por el otro lado.
Unas cubiertas de camión que el marido de Laura había dejado allí le sirvieron de trampolín para poner considerable distancia entre él y la bestia negra, que se había detenido ante el llamado de su dueña que había comprendido la difícil situación de su amante.

Virgilio quien nunca había practicado pedestrismo, sin dudas debe haber roto algún record aquella noche.
Cuando consideró estar a cubierto y ya con las fuerzas desfallecientes, sintiendo que su traste comenzaba a inflamarse producto de los perdigones de sal gruesa con los que le había disparado la tía Maruca, decidió pedir auxilio en una casa en la que se advertían varias personas en una reunión.
Cubrió su parte delantera con el felpudo que se encontraba en el frente y golpeó la puerta. Abrió un hombre joven vestido con ropas femeninas, que al advertir su desnudez le dijo:
Hola amoroso, veo que has venido preparado, pasá pasá que afuera hace frio.
Había otros tres o cuatro hombres, desnudos como él, con excepción de uno que tenía una robe de chambre y cuyo parecido con el cura Lorenzo era llamativo; pero no, pensó, Lorenzo es pelado y este tiene pelos  o tal vez bisoñé.
-Yo soy Cándido, dijo el travestido, servite un copita de ajenjo, es tan dulce como el anís. Te va a volver al alma al cuerpo.

La enfermera que le curó sus cuartos traseros, ambos con hendiduras de puntos rojos algunos más profundos que otros, dijo haber contado 78 agujeros distribuidos casi equitativamente, 40 en el cachete izquierdo y 38 en el derecho. Lindo número le dijo sonriendo, mañana lo juego a la quiniela.
Katita, caba enfermera del Hospital del pueblo, aconsejó que se quedara allí esa noche y así se lo hizo saber a Cándido, vestido esta vez como varón, y a su acompañante quienes lo habían llevado hasta el Hospital luego que Virgilio a la tercera copita de ajenjo, cayera redondito al suelo.
Todavía duerme la mona les dijo. Vayan tranquilos. Mañana ni se acordará que le pasó.

La calma volvió rápidamente al pueblo. Los presos  fugados fueron recapturados esa misma noche. Se ocultaban entre las cubiertas que guarda Jacinto en el fondo del patio. Allí fueron tenidos a raya por Sultán hasta que llegó la policía.
Santino el comisionado, llegó a la mañana del sábado y en el tren de la tarde también regresó Porota que venía con un nuevo rubio oxigenado en su pelo. Al bajar arrojó a las vías del tren, lo que parecía ser un amuleto, similar a los confeccionados por la Lechiguana, para encontrar éxito en el amor.
Cuando María, curada ya de su resfriado le informó que el forastero se había marchado sorpresivamente, no hizo comentario alguno. Era demasiado buen mozo y joven para ella que solo había utilizado su supuesto interés en él, para despistar su escapada con el comisionado, su amante de siempre.
Clarita luego de la misa del domingo, le dijo al cura Lorenzo “Este miércoles venga a cenar con nosotros padre” el cura acepto gustoso y cuando la vio alejarse, levantó los ojos al cielo y musitó “Gracias, señor”

Deborah de la Colina, actriz de cine y televisión, a miles de kilómetros de Villa Carpincho, en el cuarto Nº 87 de la famosa Clínica “Magister” sonreía feliz a  su esposo Virgilio, (de extraordinario parecido físico con Alain Delón,) quien luego de tres días de estar inconsciente había recuperado la lucidez.
Justo tres días antes, cuando se aprestaba a salir de viaje en busca de locaciones para una nueva película en un pueblo de montaña del interior del país, parte del decorado del estudio siete cayó sobre su cabeza, dejándolo inconsciente.
Cuando le informaron lo sucedido, Virgilio no formuló comentario alguno sobre el dolor que sentía en la parte donde la espalda le cambia de nombre; lugar que luego cuando estuvo solo comprobó que se hallaba irritado, magullado, y con unos puntitos color  azul violeta que en número casi similar se repartían entre ambos glúteos.

Laura le dio un hijo a Jacinto, un varoncito que parió en la primera semana de octubre.
Cuando le preguntaban a Jacinto a quien se parecía el vástago él respondía orgulloso: 
A quien si no, al padre ...¡¡¡
Y tenía razón; Marito tal el nombre impuesto, era el vivo retrato de aquel forastero llamado Virgilio que llegó al pueblo una calurosa tarde de enero.
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