Llegó al pueblo una calurosa tarde de enero,
cuando el único tren que pasaba por allí cada quince días se detuvo en la
estación donde solo se encontraban tres
empleados del lugar.
Ningún otro pasajero, esperaba para abordar
el tren, por lo cual su presencia pudo ser analizada en profundidad.
Le preguntó a uno de ellos, donde podía
hospedarse; en la pensión de la Porota,
la única que hay, le respondió.
Está a cinco cuadras de aquí, derechito para
aquel lado.
Virgilio tomó su única maleta donde podían
verse con claridad algunas calcomanías que denunciaban que el dueño de la misma
era un hombre viajado a pesar de no contar más allá de los 35 años, pues esas
imágenes mostraban postales de Europa que ellos habían visto alguna vez en las
revistas.
A la Porota, viuda, de casi cincuenta años,
la entrada de Virgilio a la pensión le causó la misma sensación que cuando
viajó a la capital y el Mencho la llevó al cine donde exhibían “Rocco y sus
hermanos” y se enamoró perdidamente del protagonista Alán (como lo decía ella)
Delón.
Lejos estaba Porota de parecerse a Annie
Girardot, y al ver a Virgilio, lo encontró tan parecido a su amor imposible que
se sintió muy molesta consigo misma por
no haberse quitado los ruleros, que cubría con un colorido pañuelo de poliéster
símil seda, para así estar un poco más presentable en aquella hora de la tarde
noche cuando este desconocido irrumpió en su monótona existencia..
Se consoló pensando que en el pueblo nunca
pasaba nada y que los que la pretendían o pretendieron luego que murió el
Mencho, siempre la habían visto así.
Pero este hombre era distinto a los brutos
del pueblo que olían a vacas y caballos.
Cabellera abundante bien cuidada con cada
pelo en su lugar, ojos verdes (detalle que no recordaba haber visto en las
fotos de Delon) barba que más bien parecía dibujada que real, enmarcando un
rostro bronceado donde sobresalían dos filas de dientes blancos nacarados.
La voz del forastero de timbre varonil, suave
y modulada, terminó casi por derretirle los ruleros y el pañuelo cuando
preguntó se había alguna habitación libre.
Si, si claro, dijo Porota, pensando que bien
quedaría ese hombre en su cama, desprovisto de esa camisa abierta hasta el
cuarto botón y sin ese pantalón de lino, liviano pero absolutamente innecesario
en la situación que ella ya vivía en su cabeza.
En el pueblo aseguran que fue el forastero el
que logró el milagro que ninguna dieta, yuyos, o receta de la abuela pudo
ejercer sobre los kilitos de más que ostentaba la Porota; solo el mal de amores
que sufrió por aquel tiempo hizo que su figura adquiera una elasticidad y una
gracia que no se le recordaba ni aún en su época de mayor brillo.
-Señora, repitió el recién llegado, le
preguntaba si dispone de alguna habitación libre.
-Si, si, claro, venga por aquí, le indico el
camino. Se quedará muchos días..?
-Todavía no lo sé
-Bueno, a pesar que la laguna está bien
llena, no hay muchos visitantes porque tampoco hay muchos pejerreyes…. Ud.
viene a pescar no ?
-No señora, estoy recopilando datos sobre
antiguos pobladores de la zona, para escribir un guión cinematográfico.
Si algo le faltaba a la Porota para caer
rendida a los pies de este hombre fue este último comentario; además de joven,
buen mozo, agradable estaba relacionado con la industria del cine, lo que se
dice un ejemplar perfecto.
Apenas habrían pasado tres horas de la
llegada al pueblo del visitante cuando un alto porcentaje de sus habitantes ya sabía todo aquello que
le había dicho a la Porota, con una sola excepción: su nombre, detalle éste que
en el entusiasmo había olvidado preguntar.
Virgilio, dijo, mi nombre es Virgilio como el
poeta romano, respondió al día siguiente ante la ansiosa pregunta de Porota que
lo esperaba en la entrada al pequeño saloncito donde se servía el desayuno.
Como jamás había escuchado ni leído nada del
tal poeta romano, prefirió el silencio y correr presurosa a la cocina en busca
del café, pero curiosa como toda mujer, al volver no pudo resistirse y
preguntar: ese poeta romano escribe versos de amor ?
No, aunque podría decirse que si en algunos
aspectos. Virgilio escribió églogas
tales como la Eneida, las Bucólicas y las Geórgicas.
Dante Alighieri,, en su
obra La Divina Comedia, lo cita como su
guía a través del Infierno y del Purgatorio.
Cambió el rostro de Porota ante este
comentario de Virgilio; no le gustaba en absoluto cualquier mención que tuviera
relación con el coludo.
Esto clarificaba muchas cosas, pensaba
sirviendo en silencio el desayuno.
Tan bello que es, pero no tiene olor a
azufre; aunque aseguran que cuando el
innombrable visita la tierra lo hace en forma de mujer bonita y seductora. El
trasero yo se lo miré y no le vi nada
sobresaliente, se consolaba así misma.
Todos estos detalles se agolpaban
desordenadamente en la cabeza de Porota, quien aprovechando que Virgilio, se disponía
a leer el diario mientras tomaba su café salió presurosa hacia la cocina a
poner en orden ese desbarajuste que tenía en su mente.
Ella acostumbraba a ir a misa todos los
domingos, y si bien sus ratoncitos tenía desde la muerte del Mencho,
consideraba que sus pecados eran veniales y que el cielo con seguridad lo
tendría asegurado, con lo cual habría que fijarse bien si el forastero valdría
tanto como para poner en riesgo su posible y futura estancia en el paraíso.
Continuará.
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1 comentarios:
Buena primera parte, espero la segunda, la tercera, etc. el estilo es buenísimo. Felicitaciones.
Un abrazo.
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