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viernes, 22 de julio de 2011

Virgilio


Llegó al pueblo una calurosa tarde de enero, cuando el único tren que pasaba por allí cada quince días se detuvo en la estación donde solo se encontraban  tres empleados del lugar.
Ningún otro pasajero, esperaba para abordar el tren, por lo cual su presencia pudo ser analizada en profundidad.
Le preguntó a uno de ellos, donde podía hospedarse; en la  pensión de la Porota, la única que hay, le respondió.
Está a cinco cuadras de aquí, derechito para aquel lado.
Virgilio tomó su única maleta donde podían verse con claridad algunas calcomanías que denunciaban que el dueño de la misma era un hombre viajado a pesar de no contar más allá de los 35 años, pues esas imágenes mostraban postales de Europa que ellos habían visto alguna vez en las revistas.
A la Porota, viuda, de casi cincuenta años, la entrada de Virgilio a la pensión le causó la misma sensación que cuando viajó a la capital y el Mencho la llevó al cine donde exhibían “Rocco y sus hermanos” y se enamoró perdidamente del protagonista Alán (como lo decía ella) Delón.
Lejos estaba Porota de parecerse a Annie Girardot, y al ver a Virgilio, lo encontró tan parecido a su amor imposible que se sintió muy molesta consigo  misma por no haberse quitado los ruleros, que cubría con un colorido pañuelo de poliéster símil seda, para así estar un poco más presentable en aquella hora de la tarde noche cuando este desconocido irrumpió en su monótona existencia..
Se consoló pensando que en el pueblo nunca pasaba nada y que los que la pretendían o pretendieron luego que murió el Mencho, siempre la habían visto así.
Pero este hombre era distinto a los brutos del pueblo que olían a vacas y caballos.
Cabellera abundante bien cuidada con cada pelo en su lugar, ojos verdes (detalle que no recordaba haber visto en las fotos de Delon) barba que más bien parecía dibujada que real, enmarcando un rostro bronceado donde sobresalían dos filas de dientes blancos nacarados.
La voz del forastero de timbre varonil, suave y modulada, terminó casi por derretirle los ruleros y el pañuelo cuando preguntó se había alguna habitación libre.
Si, si claro, dijo Porota, pensando que bien quedaría ese hombre en su cama, desprovisto de esa camisa abierta hasta el cuarto botón y sin ese pantalón de lino, liviano pero absolutamente innecesario en la situación que ella ya vivía en su cabeza.
En el pueblo aseguran que fue el forastero el que logró el milagro que ninguna dieta, yuyos, o receta de la abuela pudo ejercer sobre los kilitos de más que ostentaba la Porota; solo el mal de amores que sufrió por aquel tiempo hizo que su figura adquiera una elasticidad y una gracia que no se le recordaba ni aún en su época de mayor brillo.
-Señora, repitió el recién llegado, le preguntaba si dispone de alguna habitación libre.
-Si, si, claro, venga por aquí, le indico el camino. Se quedará muchos días..?
-Todavía no lo sé
-Bueno, a pesar que la laguna está bien llena, no hay muchos visitantes porque tampoco hay muchos pejerreyes…. Ud. viene a pescar no ? 
-No señora, estoy recopilando datos sobre antiguos pobladores de la zona, para escribir un guión cinematográfico.
Si algo le faltaba a la Porota para caer rendida a los pies de este hombre fue este último comentario; además de joven, buen mozo, agradable estaba relacionado con la industria del cine, lo que se dice un ejemplar perfecto.
Apenas habrían pasado tres horas de la llegada al pueblo del visitante cuando un alto porcentaje  de sus habitantes ya sabía todo aquello que le había dicho a la Porota, con una sola excepción: su nombre, detalle éste que en el entusiasmo había olvidado preguntar.
Virgilio, dijo, mi nombre es Virgilio como el poeta romano, respondió al día siguiente ante la ansiosa pregunta de Porota que lo esperaba en la entrada al pequeño saloncito donde se servía el desayuno.
Como jamás había escuchado ni leído nada del tal poeta romano, prefirió el silencio y correr presurosa a la cocina en busca del café, pero curiosa como toda mujer, al volver no pudo resistirse y preguntar: ese poeta romano escribe versos de amor ?
No, aunque podría decirse que si en algunos aspectos. Virgilio escribió  églogas tales como la Eneida, las Bucólicas y las Geórgicas.
Dante Alighieri,, en su obra La Divina Comedia,  lo cita como su guía a través del Infierno y del Purgatorio.
Cambió el rostro de Porota ante este comentario de Virgilio; no le gustaba en absoluto cualquier mención que tuviera relación con el coludo.
Esto clarificaba muchas cosas, pensaba sirviendo en silencio el desayuno.
Tan bello que es, pero no tiene olor a azufre; aunque aseguran que cuando  el innombrable visita la tierra lo hace en forma de mujer bonita y seductora. El trasero yo se  lo miré y no le vi nada sobresaliente, se consolaba así misma.
Todos estos detalles se agolpaban desordenadamente en la cabeza de Porota, quien aprovechando que Virgilio, se disponía a leer el diario mientras tomaba su café salió presurosa hacia la cocina a poner en orden ese desbarajuste que tenía en su mente.
Ella acostumbraba a ir a misa todos los domingos, y si bien sus ratoncitos tenía desde la muerte del Mencho, consideraba que sus pecados eran veniales y que el cielo con seguridad lo tendría asegurado, con lo cual habría que fijarse bien si el forastero valdría tanto como para poner en riesgo su posible y futura estancia en el paraíso.
Continuará. 
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1 comentarios:

Unknown dijo...

Buena primera parte, espero la segunda, la tercera, etc. el estilo es buenísimo. Felicitaciones.
Un abrazo.