En cada pueblo hay individuos por
todos conocidos que tienen una personalidad que los diferencia del resto, y en
el pueblo de una provincia del sur de Argentina donde tienen lugar los hechos
que narro, no era una excepción.
Recuerdo que en el lugar donde
crecí había varios de estos personajes que a pesar del transcurrir de los años
siguen presentes en mi recuerdo como formando una parte importante de los
mismos, porque fueron de alguna medida los primeros representantes de un mundo
irreal que yo por ser un niño desconocía.
En esa galería de estereotipos
estaba por ejemplo Justo; se decía de él que había sido un marino destacado de
alto rango, que había caído en desgracia después de un desengaño amoroso que
jamás pudo superar.
Justo hablaba muy bajito y cuando
lo hacía no abundaba en palabras, es más, no recuerdo haberle escuchado hablar
más allá de monosílabos o palabras cortas que no le significaran mucho
esfuerzo.
Por haber sido marino, no le
tenía mucho afecto al agua, y se mantenía bastante lejos de ella, por lo cual
en su negra gorra de vasco que portaba día y noche, el negro brillaba por falta
de jabón, situación ésta que obviamente se trasladaba a la humanidad de Justo.
En el barrio Justo hacía los
mandados para casi todo el vecindario, principalmente se lo llamaba para
buscar kerosene para el bran metal o las
lámparas de tubo, pues la corriente (monofásica de 110 ws) se cortaba seguido y
solo funcionaba hasta las diez de la noche.
En el colegio nos hablaron un día
de Justo José de Urquiza, y cuando me crucé con Justo se me ocurrió decirle:
Justo José de Urquiza, el hombre que venció al tirano Rosas; Justo me miró en silencio, y confieso que
tuve un poco de miedo, pero su rostro se relajó y esbozó una sonrisa que nunca
le había visto; no quise abusar de ello, y me alejé rápido pero contento de
haber visto a Justo sonreír, al menos una vez.
Justo vivía en un ranchito bajo y
estrecho, cerca de unos tamariscos en un terreno baldío jamás pidió nada, ni se
quedó nunca con nada que no fuera suyo. En silencio andaba por la vida y en
silencio se marchó; nunca supe que rumbo tomó. El rancho quedó vacío y una
topadora, unos años después lo borró completamente del lugar.
En el barrio, todos éramos
propensos a poner sobrenombres a los vecinos. La Chacha por ejemplo era una
señora que se peinaba como el personaje de la historieta, y fumaba en una pipa
tipo Popeye, se paraba por las tardes en la puerta de su casa con una botellita
con ½ de tinto a la cual besaba con cariño, mientras miraba pasar la vida.
La Chacha, tenía una inquilina a
la cual le llamábamos “Baciniya con diarrea” por unas manchas en su cara, que
no había make up que las cubriera.
Unos metros más allá, vivía
“Alambre con pelos” llamada así por ser muy flaquita y tener una abundante
cabellera.
Luego estaba “Bastonazo”, un
policía retirado, que cuando molestábamos jugando al futbol o a los cowboys en
el campito vecino, nos amenazaba con sobarnos el lomo con su bastón.
“Limpieza”, era una señora gorda
que tenía varios hijos y como Justo, le escapaba al agua y al jabón. Su marido
al igual que Bastonazo era un sargento de policía muy recto, que luego se
separó de esta mujer, tal vez desgastado
por el esfuerzo de tratar que exesposa
fuera un poco más predispuesta a la higiene personal.
Vecinos de doña Limpieza eran el
“Gato Negro” un hombre de campo que se dedicaba al arreo de ganado y vestía siempre de negro quien vivía con su
esposa a la que todos conocíamos como “pan con grasa” dado el volumen de su
trasero.
Gato Negro un hombre moreno, delgado, y de pocas
palabras, solía estar mucho tiempo fuera de su hogar, y decían las comadres que
otros gatos andaban por su techo y de
allí se explicaba porque una de su cuatro hijas era tan rubiecita.
Algo parecido le sucedió a
“Cortocircuito” el electricista que vivió un tiempo en el barrio y que tenía un
hijo pelirrojo y bien pecoso, y siendo él morocho, explicaba que su hijo había
salido así porque su señora consumía mucha zanahoria.
Y por último Martín, tal vez el
único “casi malo” de esta galería de personajes; nunca supe al igual que el
caso de Justo cuál era su apellido pues todos le llamaban Martín Gallinero por
el gusto que tenía por visitar gallineros que por aquel entonces abundaban en
el barrio; dicen que Martín pescaba a las gallinas colocando una lombriz en la
punta de un hilo de albañil debidamente preparado para atorar a la gallina, y
cuando esta agarraba la lombriz, Martín la levantaba en peso por sobre el
alambrado como si escapara volando.
Al observar el gallinero y no ver
por ningún lado plumas ni restos de huesos, el dueño del corral se preguntaba
cómo podía desaparecer así un ave que entre sus habilidades no figuraba la de
volar.
A unas cuantas cuadras de allí,
en el aire flotaba un aroma de caldo de gallina, mientras Martín sentado frente
a la estrebe que contenía una olla negra por el hollín, silbaba mientras pelaba
una papa para agregar a lo que era su debilidad: un pucherito de gallina, que
habiendo sido gratis resultaba más exquisito.
0 comentarios:
Publicar un comentario