Imagen gentileza de Daily-AfternoonEpiness |
Oscar se lamentaba íntimamente por haber
subido en aquel colectivo; más bien puteaba interiormente al gobierno de la
ciudad por la restricción para ingresar en auto al micro centro, y al gobierno
nacional por implementar el sistema SUBE y la famosa tarjetita.
Le molestaba a más del colectivo lleno de
bote a bote, su barriga que no dejaba de emitir sonidos cada vez más intensos
como truenos que anuncian una fuerte tormenta.
Lo consoló el hecho que al descender un
pasajero, él quedara justo detrás y a unos pocos centímetros de una joven
mujer, con ondulados cabellos morenos, cuerpo escultural enfundado en una
torerita breve, breve y unos jeans elastizados que demostraban que allí había
buena mercadería.
Olvidó por un instante su ruidoso estómago, y
aprovechando el traqueteo del micro se acercó aún más a la joven, tanto así de alcanzar
a percibir un agradable cosquilleo en su nariz producido por parte de la
cabellera de la ninfa que no parecía advertir la proximidad del ocasional
acompañante de viaje.
El colectivo en brusca maniobra frenó para
dar paso a un taxi, y en esa mínima fracción de segundo ocurrió la desgracia.
El ruido no fue tan significativo como para
poner en alerta al resto de los pasajeros pero sí lo fue la fragancia. Oscar
quien siempre se ruboriza ante el primer atisbo de crítica o comentario que lo
tenga como protagonista, se puso colorado como un morrón (de los colorados,
claro) y como pidiendo clemencia general, solo atinó a balbucear al pasajero
más cercano: Perdón, ando mal del estómago y no pude evitarlo.
La joven que se había alejado rumbo a la
puerta de descenso le dedicó una mirada de reproche acompañada de una
enigmática sonrisa que Oscar no supo interpretar, quizá por la vergüenza
pasada.
La joven por su parte, ya en la acera,
caminaba como abanicándose parte de su espalda, mientras murmuraba que nunca
más comería habas frescas salteadas con jamón.,
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