Charlotte
Featherstone es una escritora canadiense de novela erótica, compone cuentos y
novelas en géneros paranormales, históricos y contemporáneos.
Se
describe a sí misma como “Una persona hogareña, tímida, introvertida. Estoy muy
a gusto en casa, en mi jardín o sentada en mi silla de playa con mi imaginación
siempre activa
En
esencia, soy una persona bastante aburrida, la verdad, lo siento. No hay en mi
vida nada glamoroso. Soy una mujer promedio que nació, se crió y sigue viviendo
en una ciudad pequeña. Esa es la "verdadera" biografía de Charlotte.
Charlotte
es una escritora galardonada por sus historias llenas de emoción y romance. Su
escritura ha sido descrita como exuberante y evocadora tanto emocional como
sensual.
En
2010, el libro de Charlotte “Pecador” fue nominado para un premio en la
categoría de mejor novela erótica, así, el mismo libro también fue nominado y
ganó el premio como Mejor novela erótica por los lectores de The Romance.
Precisamente
el relato abreviado que sigue a continuación corresponde al primer capítulo de
esta novela “Pecador” (Sinful) cuya primera edición fue publicada en 2010:
“Con
una perspectiva llena y un corazón negro, Matthew, conde de Wallingford, sabía
exactamente en qué consistía la naturaleza humana: tentación y placeres
físicos. Por lo menos había reconocido en sí esos defectos. Al contrario que
muchos de sus pares, no fingía ser diferente. Era un vagabundo irresponsable,
inmoral e insensible. Tenía apetitos insaciables. Era un infame destructor de
corazones, decían las mujeres que lo habían entretenido en casa de sus maridos
con cualquier cosa, excepto disgusto.
Ah, la
fachada de moralidad Victoriana. Qué juego.
Era
una época maravillosa para que viviera alguien como él, quien no creía que la
naturaleza innata del ser humano fuera algo más que autosatisfacción. Vio muy
poca bondad en su vida.
Todos
los días se sentía confortado con la sorprendente avaricia del hombre. En
ninguna parte de la Tierra había tanto egoísmo y búsqueda del placer como en
Londres, entre la élite de la aristocracia.
Detrás
de los seguidores de los ondeantes trajes de seda y lejos de los elegantes
salones de baile, donde fluía el champagne y la conversación educada, se
establecía un gran agujero de vicio e inmoralidad. Había sido esa dicotomía la
que le parecía a Matthew tan divertida. Le gustaba ver a los miembros de la
nobleza trabajando febrilmente para seguir la visión moral de la reina en
cuestiones como religión, familia y sexo. Los hombres se casaban, tenían hijos
y elogiaban demasiado los méritos del matrimonio por todos los lugares que
frecuentaban. Era a los líderes a quienes la reina respetaba, a los que creía.
Las mismas personas que defendían la reforma social, que habían reunido al
parlamento para mantener a las prostitutas fuera de la calle y al sexo
enterrado bajo un manto de devoción. Habían sido estos hombres, pensó con
divertido cinismo, a los que había saludado por la noche cuando había visitado
los burdeles, las salas de juego y los clubes nocturnos. Infierno, él mismo, en
ocasiones, había compartido un cigarro y una copa de oporto con ellos cuando
asistía al desfile de danzarinas desnudas, sacudiendo sus pechos y nalgas
mientras bailaban seductoramente una obscena melodía.
Realmente
piadoso y moral. Ahora mismo, el secretario del alcalde tenía el rostro de una
mujer en su regazo y los senos de otra en su mano. ¿Y el alcalde? Había dejado
el local unos minutos antes, con su amante de largo tiempo agarrada de su
brazo. Matthew se preguntó si el alcalde habría dado a su joven esposa y a su
hijo de dos días un sólo pensamiento esa noche. ¡No era probable!
El
desagradable espacio donde su corazón y su alma habían estado se rio de estas
situaciones opuestas. La moralidad y Londres no eran compatibles. Naturaleza
humana y tentación ahora eran sinónimos. Él, más que nadie, entendía eso.
Mirando
alrededor del club nocturno lleno de humo se dio cuenta de que nunca se
terminaba de espantar por la variedad de tendencias ofrecidas en la metrópoli.
El vicio de todo tipo estaba disponible en el Londres victoriano. No se
necesitaba siquiera una fortuna para asegurarse el placer. Algunos vicios eran
baratos. Otros, no tanto. Algunos hombres se deshacían de sus almas para poder
saborear el dulce néctar de los placeres prohibidos. Era aquel hecho, a la par
del conocimiento de lo que sus pares deseaban, lo que lo había llevado allí esa
noche.
Él
sabía una o dos cosas sobre la lujuria y la venta del alma. Una dolorosa y
sombría lección le había ayudado. Una que él devolvería esta noche.
Considerado
un conocedor de los vicios más apetecibles, Matthew era un líder en cosas como
la depravación y el escándalo y esa noche estaba usando su reputación para
alcanzar sus metas.
Mientras
gran cantidad de caballeros practicaban la moralidad de día y favorecían el
pecado de noche, Matthew no podía ser culpado de fingir lo primero. Nunca había
alentado la hipocresía. ¿Por qué actuar como un caballero cuando no era más que
un desgraciado? Nunca había entendido la necesidad de actuar con dos
personalidades separadas. Parecía mucho trabajo y, ¿para qué? No respetaba a
esos hombres más de lo que se permitiría con un ladrón o un condenado. Tal vez,
pensó con una sonrisa, incluso los respetase menos. Existía cierto honor entre
ladrones y, estos hombres con sus ropas de gala y sus sonrisas falsas, no
tenían ninguna honra.
Entonces,
deseando no ser un hipócrita, vivió su vida en pecado día y noche. No sería de
ninguna otra manera.
Probablemente
debió experimentar mortificación por tener tal defecto, pero era incapaz de
sentir vergüenza. Él no tenía ninguna conciencia o alma. Ni corazón. Nada. Eso
había desaparecido y muerto años atrás. Las piezas se habían quedado
petrificadas en su pecho, dejando trozos de piedra en un lugar negro y hueco
que no valoraba o vibraba, inaccesible en una remota soledad. Apenas un vacío
abismal, de… nada. Y le gustaba de esa manera.
Él no
llegó a estar cerca de ninguna de las mujeres que le proporcionaran placer. No
había llevado a ninguna a su casa, a ninguna y prefirió gozar sobre cualquier
cosa excepto una cama. Inclinaciones, se recordó a sí mismo. Londres podía
proporcionar hasta las más extrañas perversiones. Encontrar mujeres que le
darían lo que quería, sin ningún esfuerzo.
La
única dificultad real estaba en evitar aquellas tonterías sentimentales con las
que le gustaba jugar. Follar era follar, hasta donde sabía. El acto no era nada
más que un pene y una vagina y los gruñidos del placer. No existía nada más
para él que una conexión física en que los órganos masculinos y femeninos se
encontraban, claro, los poetas defendían ferozmente lo contrario y su mejor
amigo, Lord Raeburn trataría activamente de disuadirlo de su errónea visión.
Pero Matthew se conocía bien. Nunca había estado con una mujer que daba algo
por nada. Siempre había una razón: dinero, beneficios. Incluso algo tan mundano
como provocarle celos a un marido o un amante posesivo. Siempre existía una
motivación.
No le
llevó mucho tiempo a Matthew descubrir que las mujeres manipulaban a los
hombres por medio del sexo. Era el arma más letal y efectiva de una mujer. Y
siendo un hombre que apreciaba la vida en sociedad, no tenía más remedio que
someterse a ellas a pesar de sus manipulaciones.”
fuente:charlottefeatherstone.net
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