El primer rayo del sol de la
mañana se filtró por un resquicio de la puerta, y casi de manera intencional se
proyectó justo sobre el párpado izquierdo del hombre que aun medio dormido, se
movió inquieto en el lecho.
Pero en realidad no fue ese haz
de luz el que le incomodó; notó que una parte de su cuerpo se mostraba
diferente a otros cientos de despertares en el mismo lugar; parecía que quería
tomar el control de la situación y convertirse en exclusivo protagonista.
Pensó que el recuerdo de esa
amiga a la cual dejó sin despedirse y que recordó en sueños esa noche, sería la
causante de esa molestia pues en verdad no había dormido bien.
O tal vez la responsabilidad que
debía afrontar en minutos más que también perturbaba sus pensamientos.
Un poco de agua fría me servirá
para espabilarme se dijo y decidido avanzó hasta el lavatorio a un costado del
pequeño cuarto.
El agua más que fría, helada, le hizo amoratar el rostro, pero la parte
rebelde seguía casi igual que al principio, apenas había retrocedido un poco,
como exigiendo otro tipo de tratamiento
para volver a la normalidad.
Porqué tiene que pasarme esto a
mí, justo hoy, porqué Dios Santo.
Como buen hombre de fe se
arrodilló e hizo un acto de contrición,
justo cuando tres golpes en la puerta lo alertaron:
Padre, en diez minutos tiene que
oficiar misa.
Miró hacia abajo de su cintura,
el miembro rebelde aun continuaba con su protesta, como diciéndole “te recuerdo
únicamente, que eres un simple hombre” y que bien puedo manejar tus
pensamientos.
Los atuendos ornamentales para la
misa, disimularon su perturbación, y camino al púlpito decidió cambiar el
sermón sobre las relaciones pre matrimoniales y el aborto para enfocarse de
lleno en la parábola del buen pastor.
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