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miércoles, 4 de julio de 2018

Parábola.


El primer rayo del sol de la mañana se filtró por un resquicio de la puerta, y casi de manera intencional se proyectó justo sobre el párpado izquierdo del hombre que aun medio dormido, se movió inquieto en el lecho.
Pero en realidad no fue ese haz de luz el que le incomodó; notó que una parte de su cuerpo se mostraba diferente a otros cientos de despertares en el mismo lugar; parecía que quería tomar el control de la situación y convertirse en exclusivo protagonista.

Pensó que el recuerdo de esa amiga a la cual dejó sin despedirse y que recordó en sueños esa noche, sería la causante de esa molestia pues en verdad no había dormido bien.

O tal vez la responsabilidad que debía afrontar en minutos más que también perturbaba sus pensamientos.
Un poco de agua fría me servirá para espabilarme se dijo y decidido avanzó hasta el lavatorio a un costado del pequeño cuarto.

El agua más que fría, helada,  le hizo amoratar el rostro, pero la parte rebelde seguía casi igual que al principio, apenas había retrocedido un poco, como exigiendo otro tipo de tratamiento  para volver a la normalidad.

Porqué tiene que pasarme esto a mí, justo hoy, porqué Dios Santo.
Como buen hombre de fe se arrodilló e  hizo un acto de contrición, justo cuando tres golpes en la puerta lo alertaron:
Padre, en diez minutos tiene que oficiar misa.

Miró hacia abajo de su cintura, el miembro rebelde aun continuaba con su protesta, como diciéndole “te recuerdo únicamente, que eres un simple hombre” y que bien puedo manejar tus pensamientos.

Los atuendos ornamentales para la misa, disimularon su perturbación, y camino al púlpito decidió cambiar el sermón sobre las relaciones pre matrimoniales y el aborto para enfocarse de lleno en la parábola del buen pastor.



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