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martes, 20 de julio de 2010

Era solo sexo

Luca Goldoni, es un periodista italiano, nacido en Parma en 1928.
Está considerado como un brillante y sagaz observador de las costumbres y procederes de sus conciudadanos.
Ha publicado diversos libros, varios de ellos premiados y con gran suceso de ventas. Actualmente escribe en “Corriere della Sera” y el que sigue es un extracto de uno de sus libros: “Vai tranquillo”:

Recibo la siguiente carta:
Soy una mujer de 38 años, bella, inteligente en una justa medida, activa, serena y feliz de vivir. Tengo un marido como se dice, maravilloso al que amo de una manera serena, después de un gran amor.
Colaboro con él en su trabajo, estoy a su lado, le ayudo si es necesario, lo estimulo si lo veo decaído, lo cuido si está enfermo, lo sereno si está de mal humor y lo dejo en paz cuando quiere estar solo.
Tenemos una relación ideal, hablamos, tenemos intereses comunes, amamos casi las mismas cosas. Digamos un matrimonio perfecto hasta que él ha bajado su actividad sexual hasta casi la total inactividad. El tema por algún tiempo no me preocupó: tengo la necesidad sexual de una persona sana en cuerpo y mente. Pero después me di cuenta que mi carácter comenzaba a cambiar, estaba histérica, ansiosa, agria y nuestra relación empezaba a romperse.
La solución llegó a través de una relación puramente física con otro hombre. E vuelto a encontrar la serenidad y el equilibrio que tanto me faltaban y la verdad que paradojalmente debo decir que salvé mi matrimonio acostándome con otro hombre.
Presumo que Ud. no tendrá deseos que yo repita las teorías de modernos sexólogos y que ciertamente conoce por que en cualquier revistita semanal el tema se trata hasta el hartazgo.
Sabido es que los sentimientos románticos como el amor están regulados por una especie de central química llamada hipotálamo, como también sabrá que es más fácil mezclar en un laboratorio oxígeno, hidrógeno y carbono, que develar el misterioso encuentro bioquímico entre un hombre y una mujer; esto al menos es lo que sostienen sexólogos, psicólogos, fisiólogos y endocrinólogos.
Según ellos el matrimonio monogámico tiene una autonomía limitada: el hipotálamo es voluble y reacciona en términos neuroeléctricos, tendiéndonos continuas trampas.
Además del substrato bioquímico del amor, se debe tomar en cuenta  la cultura, la educación y la moral del individuo. Le diré lo que he pensado al leer su carta:
Como premisa, no sé si la infidelidad del hombre es menos grave que la de la mujer. Y no lo sé porque no soy una mujer y la psicología femenina es un planeta que los hombres tratamos de conocer (y viceversa) con resultados muy parciales. El deseo de la mujer nace de un modo más complejo que el de nosotros los hombres. Baste ver pasar una mujer bella, cruzar una mirada, o verla en una playa para que se produzca un cortocircuito en el ser llamado hombre.
En cambio la mujer (estaba convencido) es como un motor diesel, levanta temperatura de una manera más lenta, tiene necesidad de una cierta atmósfera, el strip tease que la turba es de naturaleza cerebral, emotiva.
He creído concienzudamente todo esto hasta que he visto, leído y escuchado que no era para nada cierto: las mujeres levantan temperatura al mismo (y aún en menor) tiempo que los hombres.
Por esto me permito decir que Ud. no solo a salvado su matrimonio sino también a su amoroso marido de su (comprensible) nerviosismo, de su (justificada) acidez, y a salvado a sus hijos (si los tiene) de su constante malhumor. Y todo esto lo ha hecho con una solución que no tiene nada de extraordinario.
Lo que me deja perplejo es su tranquilidad de conciencia: sorprende su capacidad de sentirse digna de mérito, como si hubiese sacrificado algo muy personal e íntimo por una justa causa en pro de una convivencia serena con los suyos.
Imagino que Ud. es una señora insospechada y esto es lo que me molesta más. La confianza y la fe en el amor admite un margen de riesgo, sin el cual lo llamaríamos con otro nombre: certeza. Prefiero la confianza porque igual te mantiene despierto, en cambio con la certeza (sé que ella me ama) uno se relaja, se abandona y hasta se duerme.
Pero hay un camino intermedio entre sinceridad y semi-sinceridad. Estos últimos viven el engaño sobre la piel, les viene la picazón, la neurosis, pero sobre todo los “semi -sinceros” no han tenido nunca una fe ciega con su pareja; son aquellos que han construido de sí una imagen diametralmente opuesta a la real y según yo lo veo esta es la verdadera traición: porque cuando todo se descubre no trae solo sufrimiento, también sorpresa y estupor: quien es realmente esta persona a la que creía conocer tanto?
Me parecen menos culpables aquellos de los cuales pensamos: y, no era de extrañar.
Como todos sabemos (aún aquellos que no conocen la influencia de las moléculas amatorias) sentimiento y sexo son dos compañeros de ruta que en un cierto punto pueden separarse. Y esto representa el tormento, a veces el drama de tantas parejas que se rompen u otras que tratan de seguir adelante para no perder totalmente aquel poco de sintonía espiritual y de ternura que habían logrado juntos.
Ud. me dice triunfalmente que ha resuelto el teorema de Pitágoras. Y yo me encuentro ante la gran disyuntiva de sentir por Ud. admiración o envidia.

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