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miércoles, 23 de febrero de 2011

Retrato: Raúl Brasca.


Dicen que alguna vez Baltasar Gracián y Morales dijo: lo bueno si breve dos veces bueno, aunque también y como contrapartida también dicen que dijo:"El no y el sí son breves de decir pero piden pensar mucho" y como de brevedad trata esta nota utilizaré la primera de las dos frases solo para la introducción de tres textos breves de Raúl Brasca.
Brasca es autor de cuentos, microficciones y ensayos. En 1989 fundó, con otros cuatro escritores, la revista "Maniático Textual" que se publicó hasta 1994. Compiló quince antologías, once de ellas de microficciones, algunas en colaboración con Luis Chitarroni. Su obra ficcional y ensayística fue publicada en antologías, revistas y suplementos literarios de Argentina, y varios países de Latinoamérica, Europa y Estados Unidos.
En el país recibió, entre otros, los premios del Fondo Nacional de las Artes y de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires. La Universidad de Carabobo (Venezuela) le confirió la Orden de Alejo Zuluoga. Fue conferencista en congresos internacionales, ha dictado clases magistrales, talleres y seminarios en varias universidades europeas y americanas y se desempeñó como jurado en certámenes literarios nacionales e internacionales. Creó las "Jornadas Feriales de Microficción" que coordinó y condujo en la Feria del Libro de Buenos Aires en 2009 y 2010.Actualmente, colabora con bibliográficas en ADN, revista de cultura del diario La Nación.-

"LA PRUEBA"

"Sólo cuando sea derribado tendrás a mi hija", había dicho el brujo. El hachero miró el tallo fino del árbol y sonrió con suficiencia. Un primer hachazo, formidable, marcó levemente el tronco. Otro, en el mismo lugar, apenas profundizó la herida. Bien entrada la noche, el hachero cayó exhausto. Descansó hasta el amanecer y hachó toda la jornada siguiente. Así día tras día. La herida se iba profundizando pero, a la par, el tronco engrosaba. Pasó el tiempo y el árbol se volvió frondoso; la muchacha perdió juventud y belleza. El hachero, a veces, alzaba los ojos al cielo. No sabía que el brujo conjuraba los vendavales, desviaba los rayos y alejaba las plagas que carcomen la madera. La muchacha encaneció y él seguía hachando. Ya casi no pensaba en ella. Poco a poco, la olvidó del todo. El día en que la muchacha murió no le pareció distinto de los anteriores. Ahora, ya viejo, sigue su pelea contra el tronco descomunal. No se le ocurre otra cosa: el silencio del hacha le produciría terror.

"TRAVESÍA"
Caminaban a la par. Se habían jurado lealtad y que dividirían todo por mitades. Frente al desierto, igualaron el peso de sus alforjas y se internaron seguros. No los doblegaron la impiedad del sol ni el rigor de la noche y cuando se les acabó la comida repartieron el agua en partes iguales. Pero la arena era interminable. Paulatinamente, el paso se les hizo más lento, dejaron de hablar, evitaron mirarse. El día en que, con vértigo aterrador, sintieron que desfallecían, se abrazaron y, hombro a hombro, siguieron andando. Cayeron exhaustos al atardecer. Durmieron. Ya había amanecido cuando uno de ellos despertó sobresaltado: le faltaba parte de un muslo. El otro, que lo comía, continuó indiferente, terminó, volvió a tenderse, y como si completara un gesto irrevocable, atendió a la mano que su amigo le alargaba y le dio el cuchillo.

"TODO TIEMPO FUTURO FUE PEOR"
Anoche se sobrepuso a las balas que lo acribillaron y huyó de la policía entre la multitud.
Se escondió en la copa  de un árbol, se le rompió la rama y terminó ensartado en una verja de hierro.
Se desprendió del hierro, se durmió en un basural y lo aprisionó una pala mecánica.
La pala lo liberó, cayó sobre una cinta transportadora y lo aplastaron toneladas de basura.
La cinta lo enfrentó a un horno, él no quiso entrar y empezó a retroceder.
Dejó la cinta y pasó a la pala, dejó la pala y fue al basural, dejó el basural y se ensartó en la verja, dejó la verja y se escondió en el árbol, dejó el árbol y buscó a la policía.
Anoche puso el pecho a las balas que lo acribillaron y se derrumbó como cualquiera cuando lo llenan de plomo: completamente muerto.
(Fuente La pluma y el escalpelo-Raúl Brasca) 

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