Permítanme presentarme, soy integrante de uno de los grupos de las 1900
especies de pequeños insectos neópteros
sin alas, conocidos popularmente como pulgas, es decir un parásito externo que vivo de la sangre de los
mamíferos y los pájaros.
No me gusta que me llamen pulga, (suficiente ya con Messi) prefiero
que cuando se refieran a mí lo
hagan como un señor que soy, diciéndome Míster Sifonáptera; lo de
Míster no es necesario que lo explique y lo que vendría a ser mi apellido se
base en el término científico "sifonápteros" es decir "pulgas".
Agrego a esta mi presentación que las aves no
me gustan porque sufro de vértigo por lo cual prefiero alojarme en los humanos.
Pero no lo hago solo por evitar el vértigo de
las aves; los humanos son más amplios, más generosos en lugares donde alojarme, más divertidos pues se
acercan tanto unos a otros, (duermen juntos y calentitos en una misma cama) que
me permiten cambiar permanentemente de lugar; hoy en el ombligo de éste, mañana
en la oreja de aquella, pasado allí donde siempre hay acción, en fin una vida
realmente divertida.
En modo alguno soy el más insignificante de
los seres que pertenecen a esta fraternidad universal y si llevo una existencia precaria en los
cuerpos de aquellos con quienes entro en contacto, mi propia experiencia
demuestra que lo hago de una manera notablemente peculiar, ya que siempre hago
una advertencia de mi ocupación que raramente ofrecen seres
de otros grados en mi misma condición.
Pero mi creencia es que persigo objetivos más
nobles que el de la simple sustentación de mi ser por medio de las
contribuciones de los incautos en los cuales habito.
Es así que me he dado cuenta de este defecto
original mío, pero también que cuento con un alma que está muy por encima de
los vulgares instintos de los seres de mi raza lo que me ha permitido ir
escalando posiciones de percepción mental y erudición que me han colocado en el
pináculo de la grandeza dentro del mundo de los insectos.
He participado en innumerables filmes de
Hollywood, he vivido en palacios, como también en alcantarillas, y he
mordisqueado las bolas de los más encumbrados representantes del poder.
Aquí mismo el autor de este relato de mis
andanzas, ha tenido la gentileza de incluir una fotografía donde puede
comprobarse fehacientemente lo que acabo de manifestar.
Confieso que en esa ocasión Silvio casi
termina conmigo, que es uno de los riesgos que corro a diario en el cuerpo de
los humanos, pero se está tan bien allí; ni se lo imaginan.
Supongo que ya tienen bien claro que no soy
una pulga vulgar.
Tengo trato, podría decir íntimo, con altas
personalidades de lo sociedad a las que comencé a frecuentar en ocasión de
haber sido sacudido el perramus de un agricultor en el interior de una iglesia.
Como allí no está vedado el ingreso a nadie,
del perramus del pobre agricultor pasé
en un santiamén al borde de la pollera de una bella jovencita y con un apenas
un pequeño brinco, me encontré
cómodamente instalado en una de sus torneadas y mórbidas piernas.
No tendría más de 18 años y aún hoy recuerdo
el sabor de su sangre joven tanto como el aroma de su....,bueno, ya saben.
Cuando en la citada Iglesia terminó la
ceremonia, yo decidí acompañar a la joven pues siempre después de una buena
comida me da algo de sueño.
No obstante ello, tengo muy aguzados el
sentido de la vista y el oído por lo cual percibí que algo estaba ocurriendo y
presuroso tomé una mejor ubicación y pude advertir cuando alguien vestido de
negro, entregó a mi contenedora un papel cuidadosamente doblado que ella ocultó
rápidamente entre sus ropas; muy cerquita de donde me hallaba.
Belia, ese era su nombre, es una preciosidad,
como ya dije, de solo 18 años de figura perfecta, de rostro encantador, piel de
terciopelo y suave aliento.
Sabía ya la joven del potencial de sus
encantos y actuaba y se movía con la
cabeza erguida como lo haría solo una reina.
Llegamos a su casa y ya en su cuarto, brinqué sobre la alfombra y me dediqué a observarla.
Pude ver las curvas de sus muslos que se
desplegaban hacia arriba para perderse luego en la oscuridad, donde uno y otro
se juntaban en el punto donde se reunían con su hermoso bajo vientre impidiendo
la vista de lo que imaginé una fina hendidura color durazno.
De pronto Belia dejó caer la nota que le habían entregado en la Iglesia y
habiendo quedado abierta me tomé la libertad de leerla.
Solo decía "Esta noche a las ocho,
estaré en el antiguo lugar".
Se vistió rápido pero con esmero y yo decidí
acompañarla fuera donde fuese.
Salimos.
Al llegar al extremo de una larga y arbolada
avenida, Belia se sentó en una banca rústica y esperó la llegada de la persona
con la que tenía que encontrarse.
Pasaron apenas unos cuantos minutos cuando
apareció un macho cabrío (los reconozco de inmediato por el olor que despiden, fuerte,
penetrante, muy diferente a las hembras) que al sentarse junto a mi ya amiga,
la tomó firmemente por los hombros.
Yo continuaba en el lugar donde había decido
fijar mi transitorio y precario
domicilio; es decir del lado interno de una de las piernas, mirando hacia el
vértice.
Allí estaba, atento a cada movimiento de
Belia y su acompañante (ella lo llamó Pedro) cuando éste se deslizó a un lado
de ella y efectuando un ligero movimiento colocó una de sus manos por debajo de
la enagua de la muchacha.
Comprendí que mi integridad corría peligro si
aquella mano se adentraba un poco más arriba.
Intenté escapar hacia lo que presumía era una
zona boscosa para tener allí un mejor refugio, pero evidentemente no lo hice lo
suficientemente rápido pues cuando al fin desperté comprobé con mucho fastidio,
que ya no estaba en la confortables piernas de Belia sino en el pliegue de la
bragueta del calzoncillo del joven curita del pueblo.
Me puse a analizar la situación y llegué a la
conclusión que ese tampoco era un mal lugar y que tal vez allí por lo visto
anteriormente, tendría mucha más diversión que dentro de los calzones de Belia.
En otra ocasión, les prometo, continuaré la
narración de mis memorias.
Míster Sifonáptera.
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1 comentarios:
Buena nota BC, ahora quiero ser mister S y en el tipo balcón que ya sabes.
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