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sábado, 24 de julio de 2010

YO hago la cola (no problem)

                                
Una de las vivencias de mi infancia que recuerdo con especial simpatía es cuando comencé a salir solo por las calles de mi pueblo, como aquella primera vez que mi madre dijo: tendrías que ir a buscar pan a la panadería de los “rusos”, calificativo que en aquella época se aplicaba a todo aquel que tuviera cabellos rubios y ojos claros.
Además estos “rusos” tenían un apellido lleno de consonantes con una sola vocal perdida entre una maraña de haches, jotas, zetas y doble w. que aún hoy me resultaría difícil pronunciarlo correctamente.

El hecho es que el itinerario de casi veinte cuadras entre ida y vuelta, comprendía el paso frente a las casas de mis tres mejores amigos, un baldío que ocupaba toda una manzana y que a veces era ocupado por los circos o parques de diversiones que llegaban allí, una de las dos plazas del pueblo y como corolario, a pocos metros de la panadería, una de las aficiones de toda mi vida: el cine.

Este pequeño introito es solo para resaltar que en la panadería de los “rusos” los clientes eran atendidos por orden de llegada, y (a pesar que en mi caso había otras panaderías más cerca) era mucha la gente que prefería el pan de allí y a veces la espera se hacía larga y como yo era un niño algún adulto “vivito” se colaba.

Pero los años volaron, la panadería de los “rusos” como tantas otras cosas desapareció y se instauró en mi vida y en la de todos los humanos pasivos y activos el calvario de la COLA, o: Haga cola, retire su número para ser atendido, espere detrás de la raya amarilla, será llamado por su número, etc. etc.
Y es así que nos pasamos una importante cantidad de días de nuestra vida, haciendo la cola.

En los bancos para ser atendidos por los cajeros humanos caracúlicos o en los cajeros automáticos donde todos metemos los dedos en sus pantallas como escarbando en una gran nariz en condominio, o como si estuviésemos tocando una serie de timbres insonoros y que después ya con toda una colonia de microbios encima galopando briosos en nuestros dedos, los metemos vaya a saber dónde.
En la caja del supermercado, en el cine, el restaurante, el estadio deportivo, en el consultorio del dentista, en la oficina de rentas, en la estación de servicio y hasta en el baño de casa.

En el banco a veces uno recibe alguna que otra gratificación, como por ejemplo que en la cola de la derecha, dos puestos más adelante que nosotros se encuentre una rubia de voluptuosas caderas y ajustado joggings que sin dudas nos hará más placentera la espera.
Pero como yo tengo un karma con las colas tipo que cuando ya estoy cerca de ser atendido, al cajero se le ocurre expeler desechos líquidos (es decir mear) y abandona la caja, o cuando me toca el turno en la caja del supermercado, justo hay que cambiar el rollito, lo de la rubia con caderas voluptuosas me pasa muy rara vez.

El problema de las colas y donde están los números, se instala en el subconsciente de cada uno al extremo que hace unos días, mi eficiente y nunca bien ponderada vejiga hizo sonar todas las alarmas indicándome, dale levantate, llevame al “ bath” o aquí mismo volvemos a la infancia.

Y ahí salí yo como expelido por un resorte camino al baño, donde comprobé con gran sorpresa que no había números. El aparato donde se colocan y que parece una cabeza reducida por los jíbaros que te saca la lengua, no tenía más y mi vejiga estaba a punto de explotar, cuando……………….un codazo de mi mujer me volvió a la realidad preguntándome: Pero que te pasa, estabas soñando y preguntando desesperado donde estaban los números…
Nada dije, fue una pesadilla. Está todo sequito; digo, bien.

Es por eso que cuando de colas se trata, Yo te la hago, no problem.


Chau.,


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