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miércoles, 1 de septiembre de 2010

UN HOMBRE.



Qué lástima, me hubiera gustado envejecer, satisfacer esa curiosidad. Y además siempre creí que la vejez es la etapa más feliz. En la infancia siempre te reprochan y te tiranizan. Cuantos puntapiés recibí de niño ¡¡
Mi madre siempre tenía la escoba en la mano del  lado de la paja, y el palo lo recibía yo. En cambio mi padre no me pegaba  jamás; ni siquiera cuando vivíamos  en la casa del cine.
En verano el cine funcionaba al aire libre, y desde el balcón del cuarto se veía todo. De modo que invitaba a los niños el barrio y les cobraba entrada, a mitad de precio, claro. Lástima que el director del cine descubrió el asunto y exigió el pago a mi padre, quien pagó sin castigarme. Era un hombre bueno. Porque era viejo. Los viejos siempre son más indulgentes, más bondadosos, porque son viejos y saben  a qué  atenerse. Envejecer es el único modo de saber a qué atenerse.
También la adolescencia es una etapa desgraciada. Te pegan  menos que en la infancia pero te infligen otras prepotencias que son peores que los golpes.
Debes llegar a ser esto, debes llegar a ser aquello  te dicen, aunque no quieras llegar a ser  nada, porque ansías vivir y nada más.
Y para que seas esto y seas aquello te envían a la escuela, que es una tremenda infelicidad. Porque en la escuela se estudia y uno se enamora.
Me enamoré a los catorce años; era una muchachita de mi curso, rubia, y decía que yo me parecía a James Dean. Sabés quien era James Dean? , uno que murió en un accidente de auto, y querés que te diga algo, en serio que me parecía, pero yo no le contestaba porque esperaba ponerme pantalones largos antes de  proponerle una cita.
Y no me daban nunca los pantalones largos, por ello se los pedí a un amigo, invité a la chica a un paseo en bote y la besé.
Al día siguiente me expulsaron de la escuela, no recuerdo porque, y no la volví a ver. Después supe que había muerto; en un automóvil,. Como James Dean.
Como se sufre en la adolescencia, creo que en la vejez se sufre mucho menos, aunque uno se muera.
Porque para los viejos la muerte es normal  ¿me equivoco? Jamás sabré si me equivoco. Para saber si me equivoco  tendría que envejecer y yo jamás llegaré a viejo, que lástima.
Pero el período más desgraciado es la juventud. Porque durante la juventud se comienzan a comprender  las cosas y te das cuenta que los hombres no valen nada.
A los hombres no les interesa la verdad, ni la libertad ni la justicia. Son cosas incómodas y los hombres se sienten cómodos en la mentira, la esclavitud y la injusticia. Se revuelcan en ellas como cerdos. Lo comprendí  apenas comencé a hacer  política. Es necesario hacer política para comprender  que los hombres no valen nada, que les acomodan los charlatanes, los impostores y los dragones.
Uno comienza a hacer política, colmado de esperanzas, de intenciones maravillosas, y se dice que la política es un deber, un modo de mejorar  a los hombres, y después comprende que es todo lo contrario, que en el mundo nada corrompe tanto como la política, nada empeora tanto las cosas como ella.
Cierto día, yo tenía veinte años, fui a ver  al político que más admiraba. Era un gran socialista y decían que era el único que tenía las manos limpias. Fui a relatarle las porquerías de algunos  de sus compañeros; creía yo que él las ignoraba, en cambio las conocía y muy bien. Se echó a reír y me contestó: “Joven, ¿no creerás realmente que puedes hacer política con ideales?. Después me dijo que había errado el rumbo. Ese día lloré y me emborraché; fue a los veinte años que aprendí a beber vino , aprendí a emborracharme, porque borracho se llora mejor.
Se soporta mejor el hecho que los hombres no valen nada, que cuando más se los entiende es más difícil amarlos.
Me agradan los niños y los viejos y me hubiera complacido hacer política solo para ellos, porque nadie hace política solo para ellos.
A los políticos no les importa ni los niños ni los viejos, ni unos ni otros votan¡¡
Y así como he sido niño, también me habría agradado ser viejo. Un hermoso viejo de bigotes blancos y tos .
Incluso cuando iban a fusilarme, sentí el mismo pesar: no llegar a viejo. Porque no es cierto que ser viejo es un fastidio. Ser viejo es un placer. Y de ser  justo, todos deberían llegar a viejos y satisfacer esa curiosidad. (*)











(*) Fuente:
Oriana Fallaci  Periodista y Escritora Italiana
Extracto de su libro: "Un Uomo"
JavierVergara Editor (1983)

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