En
este viaje de la vida, hay quienes lo hacen en primera clase, un buen número lo
hace en business class y la gran mayoría en económica o clase turista,
obviamente la más incómoda.
Dentro
de esta última categoría existen otros pasajeros que transcurren el viaje como
polizontes, excluidos de todo beneficio y que en las sombras ven pasar los días
y los años sin esperanza alguna.
Los
personajes de los cuales hablaré en este relato existieron realmente allá por
la década 1950/60 según supieron contarme algunas personas que los conocieron
en su momento.
Recuerdo que en mi infancia había varios de estos personajes que
a pesar del transcurrir de los años siguen presentes en mi recuerdo como
formando una parte importante de los mismos, porque fueron de alguna medida los
primeros representantes de un mundo irreal que yo por ser un niño desconocía.
JUSTO:
En esa galería de estereotipos
estaba Justo; se decía de él que había sido un marino destacado de alto rango,
que había caído en desgracia después de un desengaño amoroso que jamás pudo
superar.
Justo hablaba muy bajito y cuando
lo hacía no abundaba en palabras, es más, no recuerdo haberle escuchado hablar
más allá de monosílabos o palabras cortas que no le significaran mucho
esfuerzo.
Por haber sido marino, no le
tenía mucho afecto al agua, y se mantenía bastante lejos de ella, por lo cual
en su negra gorra de vasco que portaba día y noche, el negro brillaba por falta
de jabón, situación ésta que obviamente se trasladaba a la humanidad de Justo.
En el barrio Justo hacía los
mandados para casi todo el vecindario, principalmente se lo llamaba para
buscar kerosene para el bran metal o las
lámparas de tubo, pues la corriente (monofásica de 110 ws) se cortaba seguido y
solo funcionaba hasta las doce de la noche.
En el colegio nos hablaron un día
de Justo José de Urquiza, y cuando me crucé con Justo se me ocurrió decirle:
Justo José de Urquiza, el hombre que venció al tirano Rosas; Justo me miró en silencio, y confieso que
tuve un poco de miedo, pero su rostro se relajó y esbozó una sonrisa que nunca
le había visto; no quise abusar de ello, y me alejé rápido pero contento de
haber visto a Justo sonreír, al menos una vez.
Justo vivía en un ranchito bajo y
estrecho, cerca de unos tamariscos en un terreno baldío jamás pidió nada, ni se
quedó nunca con nada que no fuera suyo. En silencio andaba por la vida y en
silencio se marchó; nunca supe que rumbo tomó. El rancho quedó vacío y una
topadora, unos años después lo borró completamente del lugar.
VENANCIO:
La
mejor descripción sobre la figura de Venancio, sería dibujarlo como un
espantapájaros viviente. Sobrero marrón de fieltro con las alas volcadas hacia
abajo, saco grande con remiendos, pantalones algo cortos para sus flacas
piernas y alpargatas con bigotes.
Transitaba
las calles con un extraño e ininteligible canto, acompañado siempre con
ampulosos movimientos de sus dos brazos, que a veces extendía hacia el cielo,
otros con un puño cerrado sobre el corazón, y el restante con un ventilador
enloquecido, dando pequeños saltitos..
En
otras ocasiones (pienso que esta por lo repetida era su coreografía preferida)
extendía el brazo derecho hacia delante a la altura de su hombro y el pie
izquierdo hacia atrás, luego repetía a la inversa, y al terminar el segundo
paso, se quitaba el sombrero y haciendo una reverencia a una inexistente
platea, reiniciaba todo desde el principio.
No
pedía dinero, ni comida, ni ropa.
Solo
revistas; nunca se supo si sabía leer o solo se entretenía mirando las
imágenes. Lo ponía muy contento tener varias revistas bajo su brazo, y con
ellas a buen resguardo se alejaba hacia un galpón en el cual pernoctaba junto a
unos perros.
El
periódico del pueblo, que aparecía solo dos veces al mes, apenas publicó una
noticia escueta que decía: El pasado lunes 13 fue encontrado el cuerpo sin vida
de un hombre de aproximadamente 60 años. Se trataba del vagabundo conocido como
Venancio, y su cuerpo fue hallado en el galpón abandonado que le servía de
refugio, junto a dos perros que
dormitaban
al lado de su cuerpo, rodeado de una gran cantidad de revistas. Las bajas
temperaturas reinantes y el mal tiempo que azotó la región en las últimas dos
semanas habrían sido la causa de su deceso.
Sin
duda andará Venancio haciendo su extraño baile por alguna nube de esas bien
claras que resaltan en el cielo azul de la Patagonia, y se destacan por sobre
las otras negras que anuncian tormentas como un gran espantapájaros dispuesto a ahuyentarlas
para que no impidan ver que más arriba hay un cielo cargado de estrellas.-
MARTIN:
En
el pueblo lo conocían como Martín Pescador o Martín Gallinero, por la afición
manifiesta por el puchero de gallina, ave que se procuraba visitando los
gallineros de los vecinos del barrio, que en aquella época eran muy comunes en
todo hogar de más de tres integrantes.
Le
decían “ pescador” porque había institucionalizado un sistema de captura
avícola mediante la utilización de un palo largo, al cual había atado unos
cinco o seis metros de hilo de “albañil” que utilizaba al igual que un pescador
con mosca, pero en los gallineros..
En
la punta del hilo realizaba un nudo especial que le servía para colocar allí
algún insecto que atrajera la atención de la gallina invitándola a atraparlo y
que al engullirlo se tragara unos centímetros de hilo, suficientes para que
Martín con un preciso golpe hacia atrás hiciera que la gallina volara
prácticamente del “gallinero a su olla”
Más
de un disgusto le costó a Martín y a sus dos hermanas solteronas con las cuales
convivía en la vieja casa familiar, este casi vicio de Martín junto al otro que
era el trago.
Cuando
Martín no estaba en casa, seguro estaba
detenido en la comisaría cebando mate a los milicos con los cuales de tanto
verlos habían cultivado una especie de “amistad” con reservas.
Juancho
vecino de Martín le dijo un día: Che, en el centro están iniciando una obra y
necesitan peones, vamos a anotarnos y nos ganamos unos mangos.
-Estás
loco, respondió Martín, no trabajo nunca y a vos se te ocurre que empiece ahora
que es verano, hace un calor bárbaro….ni loco.
Esto
lo escuchó su hermana mayor que no perdió la oportunidad de recordarle que era
un vago y mantenido y que bien le vendría ganarse dignamente unos pesos como lo
hace cualquier varón bien nacido.
Le
costó a Martín conciliar el sueño esa noche. Tal vez su hermana tenía razón y
era hora de comenzar a sentar cabeza; ya casi cumplía los cuarenta y jamás
había trabajado de corrido más de dos meses.
Al
día siguiente temprano se presentó en la obra, y el capataz le dijo: Y para que
sos bueno vos ?
-Para
lo que sea Jefe respondió Martín.
-Hay
que tirar abajo aquel paredón; sabés hacerlo?
-La
pucha que no, si habré tirao paredones dijo Martín sin ponerse colorado,
queriendo demostrar a su hermana mayor que él no era ningún vago, y que si no
había trabajado antes era porque había encontrado mejores cosas que hacer.
Le
dieron una masa tan pesada como sus ganas de trabajar.
Lentamente
se encaminó hacia la pared que debía derribar y vio al Juancho y otro peón que
golpeaban con fuerza sobre los ladrillos del lado contrario al que él se
hallaba.
Martín
pensó: voy del otro lado y entre los tres la mandamos abajo en un periquete.
Dio
un golpe, seco, inútil, mortificante.
Se
preparó para dar otro mientras sentía como el Juancho y su compañero del otro
lado golpeteaban sin cesar como enloquecidos.
Levantó
la masa y sintió la sensación que solo era el palo con el hilo de albañil que
utilizaba para robar gallinas, algo que había hecho siempre y que era tan
fácil.
Quienes
estaban allí, dicen que Martín ni se enteró cuando la pesada pared cedió y lo
cubrió totalmente con cientos de kilos de ladrillos y cemento.
A
sus hermanas, cuando le entregaron el cuerpo, les dieron además un viejo bolso
de lona verde, y un palo de escoba con unos metros de hilo de albañil
fuertemente sujetos en la punta.
Varios
son los que dicen que algunas veces cuando cae el sol, allá lejos en el
horizonte se dibuja la figura de tres caminantes, que en silencio como tratando
de pasar totalmente desapercibidos se pierden entre los débiles rayos del
poniente, sin molestar tal cual como vivieron cuando se llamaban Justo,Venancio
y Martín, tres polizontes de la vida.
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Foto 1) Google Imagenes 2) Ushuaia retro
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